Primer canto
A nadie importa mi incurable
duelo,
a nadie, ya que triste o abatida,
el alma caiga o se remonte al
cielo,
si ya no existe la mujer querida
la tierna esposa que amaba tanto
la sola acaso que me amó en la
vida…!
¿A quién importa mi mortal
quebranto?
¿Quién querrá oir la voz de
mi querella?
¿Sobre qué seno verteré mi llanto?
Así exclamaba recordando aquella
santa mujer que la existencia
mía,
iluminó con resplandor de
estrella,
lóbrega noche tempestuosa y fría
de horror llenaba la mansión
desierta
que ella llenó con su hermosura
un día.
Mienten –grité- de lágrimas
cubierta
la faz, besando con fervor el
velo
y el blanco traje de mi esposa
muerta.
Mienten esos ilusos, que en su
celo
quieren calmar el pensamiento
humano
con las promesas de un futuro
cielo…!
No hay otra vida, no, delirio
vano
de la mente que inquieta y desolada,
llenar intenta el insondable
arcano.
Delirio de la mente trastornada
por prolongar lo que en la vida
quiso
en una vana eternidad soñada.
No existe Dios, ni existe el
paraíso,
vanos fantasmas que la humana
ciencia
con su implacable claridad
deshizo.
Nada me queda ya de tu
existencia;
sino unos cuantos pálidos
despojos,
con tu recuerdo y mi mortal
demencia.
No volverán a abrirse aquellos
ojos,
no más en cambio de mi beso
ardiente
sentiré el beso de tus labios
rojos.
¿Sobre qué frente, pues, sobre
qué frente,
pondría ahora la inmortal corona
que ambicionaba en mi pasión
vehemente?
Muerta la fe que a la ambición
abona,
al golpe rudo del destino fiero
que ni el delirio del amor
perdona.
Muerto el objeto de mi amor
primero,
no quiero ya la ambicionada palma,
ni nada ya de la existencia
quiero.
Así y librando con horrible calma
el sin igual y aterrador combate
con la espantosa soledad del
alma.
¡Ay! Exclamé con el terrible
vate:
el mundo es un desierto horrido y
frío;
¡Lacsiate ogni esperanza vog che
entrate!
Mas ¡Ah! Que al tiempo que lancé
este impío
grito desgarrador, cual si tomara
forma y color el pensamiento mío,
apareció ante mí distinta y
clara,
iluminando la tiniebla obscura,
la imagen ¡Ay! de la que tanto
amara,
víctima me creí de la locura,
y delirante, trastornado y ciego,
quise huir la celestial figura;
mas me detuve fascinado luego,
viendo avanzar la sombra luminosa
cual circundada de celeste fuego,
se acercó a mí, como antes,
amorosa,
me vió un momento y apoyó en mis
sienes,
su blanca mano, mi difunta
esposa,
sueño o verdad –le pregunté- ¿A
qué vienes?
“A consolarte” murmuró a mi oído.
¿No me clamabas, pues…? ¡Aquí me
tienes!
Sí prosiguió con voz como el
gemido,
a un tiempo arrullo y general
querella,
del ave errante al visitar el
nido,
la misma soy que lloras, soy
aquella
que tu agitada y azarosa vida
iluminó con resplandor de
estrella.
Soy tu mujer, soy tu mujer
querida.
¿Y no te prometí volver a verte
en el instante aquel de mi
partida?
¿Hay otra vida pues? Le
interrumpí,
la muerte, dijo elevando su
mirada al cielo,
fue aquel instante en que creí
perderte;
fue aquel instante de supremo
duelo.
¡Tú aumentaste el horror de mi
agonía!
¡Ah! ¿Por qué ingrato si me ambas
tanto
rehusaste creer que creía?
Vi, en ese momento con espanto,
penetrar en tu alma desolada,
ese dolor en que se seca el
llanto.
Te vi llegar a mi última morada
Y… adiós, adiós por siempre me
dijiste
lanzando al cielo tu postrer
mirada…
No me podías ver y no me viste;
mas yo estaba a tu lado y te
veía,
¡Ay!... Más triste que tú, mucho
más triste…!
Seguí tus pasos por la amarga
vía,
pensando con profundo
desconsuelo,
que nunca más mi voz te llegaría.
Hasta que un día desde el alto
cielo,
escuché una gran voz que me
llamaba
a descorrer el insondable velo…
Crucé el espacio con dolor;
dejaba
en esta tierra todos mis amores;
mi hijo, tu amor, tu fe que se
apagaba.
En vano en fulgurantes
resplandores
se iluminaba mi triunfal camino
todo adornado de celeste flores.
En vano viendo a mi inmortal
destino
aspiré ansiosa en las auroras
nuevas
al puro soplo del amor divino…
Tú… que has pasado por terribles
pruebas,
sabes que en esa vida hay
desconsuelos
mayores ¡Ay!... Que el que en el
alma llevas.
Al descorrer los impalpables
velos
que ocultan los misterios de la vida,
me encontré sola en tus soñadores
cielos,
sola en aquellos campos sin
medida,
y sin mi cuerpo, inconsolable,
viuda,
cual tú, lloraba, tu mujer
querida…!
Oh, antes que una alma compañera
acuda
a consolarnos en la gran morada,
momentos hay en que también se
duda,
yo estaba sola, triste,
aprisionada,
como una gota en insondable
océano
que a un tiempo nos deslumbra y
anonada…
Nubes de sombras en inmenso llano
cruzaban sin cesar; pero ninguna
oyó mi voz ni me tendió su mano.
¿Cuánto esperé con ansiedad que
alguna
de aquellas tristes sombras que
miraba,
fuera algún ser de los que amé en
la cuna.
Hasta que un día que de horror
lloraba
con el recuerdo de los rotos
lazos,
que ningún ser a mi alma
recordaba,
interrumpiendo mis dolientes
pasos:
pues te amo más que a mí,
¡Bendito seas…!
Dijo una sombra y me estrechó en
sus brazos,
yo haré por ti, lo que por él
deseas,
siguió diciendo -¡Oh tú, que
amaste a mi hijo
cantada siempre por su amor te
veas!
¡Mi madre! –le grité- “tu madre”
–dijo-
“¡Aquella Santa mártir que en el
cielo
nuestro amor santo y nuestra
unión bendijo!”
“Fue la primera que encontré en
mi vuelo
y a ella le debo el privilegio
santo,
de venir ahora a consolar tu
duelo.
“Pero oh no –prosiguió- siga tu
llanto,
sigue llorando a tu mujer
querida,
yo te hubiera también llorando
tanto!
“¡Llora constantemente la
destruida
cima de nuestro amor, hasta que
quiera
juntarnos Dios, de nuevo, en la
otra vida
Oh, déjame morir, deja que muera!
Grité con ronca voz. “¡No todavía
me interrumpió mi antigua
compañera!”
La pura llama que en mi mente
ardía
y que amorosa y con afán cuidaba
vestal de aquella luz que yo
encendía.
“Aquel sublime afán que palpitaba
al soplo de mi amor, hoy es
preciso
que el mundo dé, lo que mi amor
brindaba.
“Valor, valor, valor, si el cielo
quiso
dijo oprimiendo con pasión mi
frente,
que perdieras tu antiguo paraíso.
“Si no me tienes ya
constantemente
por ti velando, en la contienda
ruda,
aunque invisible me tendrán
presente.
“Hoy que sin la fe la humanidad
desnuda
hacia un gran precipicio se
adelanta
sin una voz que a contenerla
acuda;
“Hoy que la única voz que se
levanta
es la imperiosa voz del egoísmo,
que a los buenos espíritus
espanta;
“Es preciso luchar, luchar; tú
mismo
presa de una inquietud devoradora
no te encontraste al borde del
abismo,
La voz de aquella ciencia
asoladora
que profana las fosas cinerarias
negando sin piedad la nueva
aurora;
“Sofocó en tu garganta las
plegarias
y lanzaste el grito, el hondo
grito
que lanzan hoy mil almas
solitarias.
“Oh, ven –me dijo- ven: yo
necesito
que creas tú también, quiero que
veas
el primer escalón de lo infinito:
Quiero que al fin en lo que creo
creas;
dijo –y una voz dulce en las
alturas-
pareció responder, ¡Bendita seas!
y sentí entonces, lo que ansias
puras
sentir debe el espíritu agitado
al romper las terrenas ligaduras.
Y al mismo tiempo que ascendió a
su lado
a las regiones del eterno día,
yo sentí que a mi cuerpo fatigado
en su mismo sepulcro se dormía.
¡Salve o región fantástica y
luciente
inmenso espacio azul, soñado cielo
postrer asilo de la humana gente!
(Lucila Sandoval: su esposa y
prima).
(3 de julio de 1856 - 1901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda «El Paxte», en las faldas del volcán Ipala, en el departamento de Chiquimula. Sobrino del mariscal Vicente Cerna y Cerna, fue perseguido, exilado y apresado tras laReforma Liberal de 1871 cuando ayudó a su tío a huir del país; siendo un poeta consumado, escribió poemas contra el general Justo Rufino Barrios. El presidente Manuel Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional de Guatemala imprimir sus obras a finales del siglo xix.