Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

31 mayo, 2021

835. Conservantes. Dr. Germán Alberti Vásquez, venezolano. La revolución naturista.

 “¿Si usted va a un supermercado y ve un producto cuya etiqueta dice que está hecho con pintura de veneno, se le ocurriría comprarlo? 

Seguramente no. 

Pero el industrial y el publicista con la anuencia de los gobiernos cambian las palabras. 

En vez de la palabra veneno escriben preservante o conservante, edulcorante artificial, en lugar de pintura dicen color artificial. 

Además agregan unos cuantos nombres químicos casi impronunciables y el consumidor, sin sospechar que se trata de algo peligroso para la salud, lo consume con la mayor confianza influenciado por las costosas campañas publicitarias”.

834. La princesa salvaje. Fábulas de África.

Había una vez un joven que amaba locamente

la caza. Montado en su incansable caballo corría

jornadas enteras por montes y valles. Allá

en el bosque, entre las hierbas y las plantas, no

había huella de ser humano. Era el reino de las

aves multicolores, de los antílopes, de los leones

y de los leopardos.

 

Mas un día, tras las gacelas que se abrevaban

en la fuente vio una joven mujer de extraordinaria

belleza. No tenía la osadía de avanzar por

miedo de romper el encanto. El arma que tenía

en la mano se le cayó al suelo y el leve ruido

puso en vuelo a las gacelas. Él se encontró de

frente a la joven salvaje. La saludó gentilmente,

y le preguntó por el nombre, la aldea de su

padre y el motivo por el cual estaba en ese lugar

desierto. Solamente el silencio respondió a sus

preguntas: la pobre era muda.

 

El príncipe decidió, igualmente, montarla en

su caballo y llevarla a la casa. En la casa había

un médico famoso que hacía caminar a los paralíticos

y hablar a los mudos; a él le confiaron

la muchacha, y el médico con paciencia infinita,

logró darle confianza y después hacerle emitir

algún sonido.

 

Después de algunos meses, había despertado en

ella el recuerdo de la palabra perdida. Todavía

ninguno había logrado sacarle el secreto de su

infancia. Al príncipe no le importaba, estaba

enamorado perdidamente y obtuvo del padre el

permiso de casarse.

 

Su alegría fue tan grande al nacer un niño tan

bello. Todo el pueblo estaba de fiesta. Ninguno

había visto nunca, un niño así tan bello. Lleno

de agradecimiento, el príncipe regaló a su

esposa un precioso collar de oro. La joven madre

lo miró distraídamente y no prestó mucha

atención al obsequio. El príncipe se preocupó

mucho. “Tal vez —pensó— el oro no le gusta”.

Después de unos años, cuando nació el segundo

niño, el príncipe dio a su esposa un collar

de perlas rarísimas. También esta vez, la joven

madre puso a parte el regalo con indiferencia y

dijo al príncipe sorprendido e incierto: hubiera

preferido un racimo de uvas o dátiles, un pequeño

pan o una docena de huevos.

 

Estos eran los regalos de costumbre, los que la

gente común de la aldea solían hacer a una joven

madre: frutas, huevos y pan, los símbolos

más genuinos de la vida que comen las madres

en comunión con la gracia de Dios.

 

Pero para el príncipe, no había nada mejor que

un collar de oro o de perlas preciosas hechas

por las manos de un artista. Él no comprendió

las palabras de la esposa y dejó la habitación de

lujo.

 

Cuando regresó tuvo una nueva sorpresa: encontró

a la esposa hirviendo en una pequeña

olla los collares de oro y de perlas. Furioso

pensó que una mujer salvaje no podía apreciar

sus dones refinados y se marchó murmurando:

“hija de mendigantes...”, la mujer tuvo un sobresalto

pero se quedó callada.

 

Después de algún tiempo, la princesa pidió al

marido que fuera con ella a volver a ver el pueblo

de su padre y los lugares de su infancia. El

príncipe aceptó de buena voluntad, así tendría

la suerte de conocer finalmente el origen misterioso

de la esposa.

 

Para el gran viaje prepararon los mejores caballos,

las provisiones abundantes y los sirvientes

en buen número. Cuando todo estuvo en orden,

la caravana emprendió el viaje. Marchó por valles,

montañas y desiertos hasta que llegó a los

pies de una pared rocosa donde la princesa se

paró.

 

Eh aquí —dijo— mi padre era Rey de este pueblo,

pero su reino fue engullido por la arena.

¡Excavad aquí!

Los siervos se pusieron a la obra y rápido encontraron

una puerta. El príncipe y la princesa

entraron en el subterráneo, encontraron

salones revestidos de mármol y vieron urnas

repletas de oro y de joyas de todo estilo. Encontraron

tablas, sillas y camas de oro. Al final

entraron en una sola habitación donde vieron,

alineados a la pared, una docena de esqueletos.

 

La princesa explicó:

—¡Eh aquí mi padre! Allá está mi madre. Aquí

están mis hermanos y mis hermanas.

—¿Y por qué murieron? —preguntó el príncipe

con excitación-

—La lluvia no volvió más a fecundar la tierra.

El sol secó las fuentes y manantiales, los rebaños

perecieron y también la gente comenzó a

morir por falta de agua y de alimento. Mi padre

no pudo ayudar al pueblo. Sus fabulosos

tesoros no pudieron hacer conseguir una gota

de agua o frutos para comer. Entonces decidió

seguir con toda su familia la suerte de su gente.

El príncipe comenzó a entender, bajó la cabeza

y meditando sobre la vanidad del poder y de la

riqueza, se dio cuenta que existía una balanza

sobre la que puso un racimo de uvas que pesaba

mucho más que todas las montañas de oro y los

collares hechos por artistas.

 

Pálida, la mujer continuó:

—Mi padre hizo preparar una bebida envenenada

y cada uno de mis parientes tomó su

copa, yo sola escogí la vida. Cerré mi copa con

un poco de arcilla y huí a la sabana donde me

habéis encontrado. Aún recuerdo donde la escondí.

Y en aquella fúnebre soledad, donde toda la familia

real se había unido al pueblo en la muerte

para testimoniar la vanidad de las riquezas,

delante de la voluntad de aquel que es el único

soberano, la joven princesa antes que el marido

se diera cuenta de lo que estaba por acaecer repitió

el gesto de su padre y vació la copa de un

solo trago. 

 Después dijo:

—Eh aquí mi copa. Hoy la bebí también yo

para quedar entre mis parientes. Y tú no dirás

más “hija de mendicantes”.

 

833. El cirujano.

Mañana en la mañana abriré tu corazón 

-Le explicaba el cirujano a un niño. Y el niño interrumpió:

-¿Usted encontrará a Jesús allí?

 

El cirujano se quedó mirándole, y continuó:

-Cortaré una pared de tu corazón para ver el daño completo.
-Pero cuando abra mi corazón, ¿Encontrará a Jesús ahí?-, volvió a interrumpir el niño.

 

El cirujano se volvió hacia los padres, quienes estaban sentados tranquilamente.

-Cuando haya visto todo el daño allí, planearemos lo que sigue, ya con tu corazón abierto.
-Pero, ¿Usted encontrará a Jesús en mi corazón? La Biblia bien claro dice que Él vive allí. Las alabanzas todas dicen que Él vive allí…. ¡Entonces usted lo encontrará en mi corazón!

 

El cirujano pensó que era suficiente y le explicó:

-Te diré que encontraré en tu corazón… Encontraré músculo dañado, baja respuesta de glóbulos rojos, y debilidad en las paredes y vasos. Y aparte me daré cuenta si te podemos ayudar o no.

-¿Pero encontrará a Jesús allí también? Es su hogar, Él vive allí, siempre está conmigo.

 

El cirujano no toleró más los insistentes comentarios y se fue. Enseguida se sentó en su oficina y procedió a grabar sus estudios previos a la cirugía: 

-aorta dañada, vena pulmonar deteriorada, degeneración muscular cardiaca masiva. Sin posibilidades de trasplante, difícilmente curable. Terapia: analgésicos y reposo absoluto. Pronóstico: tomó una pausa y en tono triste dijo: muerte dentro del primer año.

Entonces detuvo la grabadora. 

-Pero, tengo algo más que decir: ¿Por qué? Preguntó en voz alta ¿Por qué hiciste esto a él? Tú lo pusiste aquí, tú lo pusiste en este dolor y lo has sentenciado a una muerte temprana. ¿Por qué?

 

De pronto, Dios, nuestro Señor le contestó:

-El niño, mi oveja, ya no pertenecerá a tu rebaño porque él es parte del mío y conmigo estará toda la eternidad. Aquí en el cielo, en mi rebaño sagrado, ya no tendrá ningún dolor, será confortado de una manera inimaginable para ti o para cualquiera. Sus padres un día se unirán con él, conocerán la paz y la armonía juntas, en mi reino y mi rebaño sagrado continuará creciendo.

 

El cirujano empezó a llorar terriblemente, pero sintió aún más rencor, no entendía las razones. Y replicó:

-Tú creaste a este muchacho, y también su corazón ¿Para qué? ¿Para que muera dentro de unos meses?

El Señor le respondió: 

-Porque es tiempo de que regrese a su rebaño, su tarea en la tierra ya la cumplió. Hace unos años envié una oveja mía con dones de doctor para que ayudara a sus hermanos, pero con tanta ciencia se olvidó de su Creador. Así que envié a mi otra oveja, el niño enfermo, no para perderlo sino para que regresara a mí aquella oveja perdida hace tanto tiempo.

El cirujano lloró y lloró inconsolablemente.

 

Días después, luego de la cirugía, el doctor se sentó a un lado de la cama del niño; mientras que sus padres lo hicieron frente al médico.

El niño despertó y murmurando rápidamente preguntó: 

-¿Abrió mi corazón?

Sí – dijo el cirujano-

-¿Qué encontró?- preguntó el niño.

-Tenías razón, encontré allí a Jesús.

 

Dios tiene muchas maneras y formas diferentes para que tú regreses a su lado.