La sumisión es la mayor estrategia de apaciguamiento que
conocen los sistemas vivos cuando están enfrentados a un depredador, llámese
león, rinoceronte, papá, mamá, jefe, amigo, profesor, suegra, o lo que sea. Si
nos enredamos en una relación donde nos sentimos débiles e incapaces, y las
enseñanzas sociales no son útiles, la biología se hace cargo. Si es necesario,
la naturaleza asume nuestra supervivencia individual, pero sin descuidar lo
colectivo.
Cuando un lobo va perdiendo la pelea con otro lobo y
entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, el lobo perdedor ofrece
apaciblemente la yugular al oponente, como si dijera “Perdí, acabemos con esto
de una vez”.
Sin embargo, en ese momento tiene lugar lo increíble. El
lobo ganador, inexplicablemente, se paraliza. Una fuerza milenaria le impide
matar al que desde la humildad reconoce la derrota. Algún mecanismo primario,
incrustado en el ADN o más allá de él, se dispara en el lobo ganador y le
recuerda que la especie es más importante que el placer de eliminar al
contrincante.
¡Que maravillosa relojería instintiva!
Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega, ni
conmiserativo al que se paraliza, simplemente el milagro ocurre.
Ni vencedor ni vencido. Ambos lobos se alejan y la rueda de
la vida continúa su ciclo.
En otras especies, como por ejemplo los pavos, se da el
mismo principio equilibrante. El pavo en desventaja estira su cuello en el piso
y lo expone pasivamente al rival para que lo acabe a picotazos. Una vez más, el
artificio mágico de lo natural se hace sentir: el pavo triunfador detiene su
acto depredador.
Sabiduría Emocional. (págs. 55-56)