En el siglo XII
por combatir la
herejía
se quemaron a
hombres
y mujeres vivas.
Nueve siglos después
no hace falta ser
herejes
sólo basta con nacer
y además nacer
mujeres.
Con el agua por las
venas
se les lanza al
abandono.
¡Qué abandono! Mejor
fuera,
que alimento de los
lobos.
Hambre, talvez
sufrida
pero no de carne
no de hombre, ni
agonía
lenta que más arde
destroza y vulnera
dignidad,
pensamiento;
larga espera.
¡Que se acabe el
infierno!
¡Quién escucha!
Nadie entiende,
así hay más
comodidad,
aisladas de la gente
preferible es
ignorar.
Pero no queremos
esto
aunque no haya un hogar
que nos auxilie con
respeto
este no es nuestro lugar;
sin familia y
teniendo
la calle nos tendrá
ya se sabe, con los
riesgos
porque aquí no es
"estar";
no seremos del
perverso
que permite a sus
demonios
lo alimenten,
enfermo
y se enriquezca con
nosotros.
¡El infierno no fue
el fuego!
Ese fue sólo el
final.
Las llamas, sí, arden,
duelen
el aire así, hasta
lastima
y allí viene atrás
la muerte
o el recuerdo
maloliente de la vida
que acabó con la
inocencia,
se volvió
indiferencia, y mató
la ilusión,
esperanza, la espera
tenemos que gritarlo:
¡No!
Aunque eso
signifique muerte,
ya estamos muertas
aquí
encerradas a la
propia suerte
y nadie que quiera oír.
Y qué otra cosa
queda, veo
los nombres que no
volverán.
¡El infierno no fue
el fuego!
Ese fue sólo el
final.
Despierta cada
mañana
y piensa: nadie
merece así
morir, ni por ser
abandonadas,
ni podría nadie
vivir
cada día sin
esperanza,
imagina el horror, y
ahora
escucha al grito que
reclama
¡Nunca olvides
nuestra historia!
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