Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

21 marzo, 2017

363. A Lucila. Primer canto. Ismael Cerna Sandoval, guatemalteco.

Primer canto
A nadie importa mi incurable duelo,
a nadie, ya que triste o abatida,
el alma caiga o se remonte al cielo,

si ya no existe la mujer querida
la tierna esposa que amaba tanto
la sola acaso que me amó en la vida…!

¿A quién importa mi mortal quebranto?
¿Quién querrá oir la voz de mi  querella?
¿Sobre qué seno verteré mi llanto?

Así exclamaba recordando aquella
santa mujer que la existencia mía,
iluminó con resplandor de estrella,
lóbrega noche tempestuosa y fría
de horror llenaba la mansión desierta
que ella llenó con su hermosura un día.

Mienten –grité- de lágrimas cubierta
la faz, besando con fervor el velo
y el blanco traje de mi esposa muerta.

Mienten esos ilusos, que en su celo
quieren calmar el pensamiento humano
con las promesas de un futuro cielo…!

No hay otra vida, no, delirio vano
de la mente que inquieta y desolada,
llenar intenta el insondable arcano.

Delirio de la mente trastornada
por prolongar lo que en la vida quiso
en una vana eternidad soñada.

No existe Dios, ni existe el paraíso,
vanos fantasmas que la humana ciencia
con su implacable claridad deshizo.

Nada me queda ya de tu existencia;
sino unos cuantos pálidos despojos,
con tu recuerdo y mi mortal demencia.

No volverán a abrirse aquellos ojos,
no más en cambio de mi beso ardiente
sentiré el beso de tus labios rojos.

¿Sobre qué frente, pues, sobre qué frente,
pondría ahora la inmortal corona
que ambicionaba en mi pasión vehemente?

Muerta la fe que a la ambición abona,
al golpe rudo del destino fiero
que ni el delirio del amor perdona.

Muerto el objeto de mi amor primero,
no quiero ya la ambicionada palma,
ni nada ya de la existencia quiero.

Así y librando con horrible calma
el sin igual y aterrador  combate
con la espantosa soledad del alma.

¡Ay! Exclamé con el terrible vate:
el mundo es un desierto horrido y frío;
¡Lacsiate ogni esperanza vog che entrate!

Mas ¡Ah! Que al tiempo que lancé este impío
grito desgarrador, cual si tomara
forma y color el pensamiento mío,

apareció ante mí distinta y clara,
iluminando la tiniebla obscura,
la imagen ¡Ay! de la que tanto amara,

víctima me creí de la locura,
y delirante, trastornado y ciego,
quise huir la celestial figura;

mas me detuve fascinado luego,
viendo avanzar la sombra luminosa
cual circundada de celeste fuego,

se acercó a mí, como antes, amorosa,
me vió un momento y apoyó en mis sienes,
su blanca mano, mi difunta esposa,

sueño o verdad –le pregunté- ¿A qué vienes?
“A consolarte” murmuró a mi oído.
¿No me clamabas, pues…? ¡Aquí me tienes!

Sí prosiguió con voz como el gemido,
a un tiempo arrullo y general querella,
del ave errante al visitar el nido,

la misma soy que lloras, soy aquella
que tu agitada y azarosa vida
iluminó con resplandor de estrella.

Soy tu mujer, soy tu mujer querida.
¿Y no te prometí volver a verte
en el instante aquel de mi partida?

¿Hay otra vida pues? Le interrumpí,
la muerte, dijo elevando su mirada al cielo,
fue aquel instante en que creí perderte;
fue aquel instante de supremo duelo.

¡Tú aumentaste el horror de mi agonía!
¡Ah! ¿Por qué ingrato si me ambas tanto
rehusaste creer que creía?

Vi, en ese momento con espanto,
penetrar en tu alma desolada,
ese dolor en que se seca el llanto.

Te vi llegar a mi última morada
Y… adiós, adiós por siempre me dijiste
lanzando al cielo tu postrer mirada…

No me podías ver y no me viste;
mas yo estaba a tu lado y te veía,
¡Ay!... Más triste que tú, mucho más triste…!

Seguí tus pasos por la amarga vía,
pensando con profundo desconsuelo,
que nunca más mi voz te llegaría.

Hasta que un día desde el alto cielo,
escuché una gran voz que me llamaba
a descorrer el insondable velo…

Crucé el espacio con dolor; dejaba
en esta tierra todos mis amores;
mi hijo, tu amor, tu fe que se apagaba.

En vano en fulgurantes resplandores
se iluminaba mi triunfal camino
todo adornado de celeste flores.

En vano viendo a mi inmortal destino
aspiré ansiosa en las auroras nuevas
al puro soplo del amor divino…

Tú… que has pasado por terribles pruebas,
sabes que en esa vida hay desconsuelos
mayores ¡Ay!... Que el que en el alma llevas.

Al descorrer los impalpables velos
que ocultan los misterios de la vida,
me encontré sola en tus soñadores cielos,

sola en aquellos campos sin medida,
y sin mi cuerpo, inconsolable, viuda,
cual tú, lloraba, tu mujer querida…!

Oh, antes que una alma compañera acuda
a consolarnos en la gran morada,
momentos hay en que también se duda,

yo estaba sola, triste, aprisionada,
como una gota en insondable océano
que a un tiempo nos deslumbra y anonada…

Nubes de sombras en inmenso llano
cruzaban sin cesar; pero ninguna
oyó mi voz ni me tendió su mano.

¿Cuánto esperé con ansiedad que alguna
de aquellas tristes sombras que miraba,
fuera algún ser de los que amé en la cuna.

Hasta que un día que de horror lloraba
con el recuerdo de los rotos lazos,
que ningún ser a mi alma recordaba,

interrumpiendo mis dolientes pasos:
pues te amo más que a mí, ¡Bendito seas…!
Dijo una sombra y me estrechó en sus brazos,

yo haré por ti, lo que por él deseas,
siguió diciendo -¡Oh tú, que amaste a mi hijo
cantada siempre por su amor te veas!

¡Mi madre! –le grité- “tu madre” –dijo-
“¡Aquella Santa mártir que en el cielo
nuestro amor santo y nuestra unión bendijo!”

“Fue la primera que encontré en mi vuelo
y a ella le debo el privilegio santo,
de venir ahora a consolar tu duelo.

“Pero oh no –prosiguió- siga tu llanto,
sigue llorando a tu mujer querida,
yo te hubiera también llorando tanto!

“¡Llora constantemente la destruida
cima de nuestro amor, hasta que quiera
juntarnos Dios, de nuevo, en la otra vida

Oh, déjame morir, deja que muera!
Grité con ronca voz. “¡No todavía
me interrumpió mi antigua compañera!”

La pura llama que en mi mente ardía
y que amorosa y con afán cuidaba
vestal de aquella luz que yo encendía.

“Aquel sublime afán que palpitaba
al soplo de mi amor, hoy es preciso
que el mundo dé, lo que mi amor brindaba.

“Valor, valor, valor, si el cielo quiso
dijo oprimiendo con pasión mi frente,
que perdieras tu antiguo paraíso.

“Si no me tienes ya constantemente
por ti velando, en la contienda ruda,
aunque invisible me tendrán presente.

“Hoy que sin la fe la humanidad desnuda
hacia un gran precipicio se adelanta
sin una voz que a contenerla acuda;

“Hoy que la única voz que se levanta
es la imperiosa voz del egoísmo,
que a los buenos espíritus espanta;

“Es preciso luchar, luchar; tú mismo
presa de una inquietud devoradora
no te encontraste al borde del abismo,

La voz de aquella ciencia asoladora
que profana las fosas cinerarias
negando sin piedad la nueva aurora;

“Sofocó en tu garganta las plegarias
y lanzaste el grito, el hondo grito
que lanzan hoy mil almas solitarias.

“Oh, ven –me dijo- ven: yo necesito
que creas tú también, quiero que veas
el primer escalón de lo infinito:

Quiero que al fin en lo que creo creas;
dijo –y una voz dulce en las alturas-
pareció responder, ¡Bendita seas!

y sentí entonces, lo que ansias puras
sentir debe el espíritu agitado
al romper las terrenas ligaduras.

Y al mismo tiempo que ascendió a su lado
a las regiones del eterno día,
yo sentí que a mi cuerpo fatigado
en su mismo sepulcro se dormía.

¡Salve o región fantástica y luciente
inmenso espacio azul, soñado  cielo
postrer asilo de la humana gente!


(Lucila Sandoval: su esposa y  prima).







(3 de julio de 1856 - 1901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda «El Paxte», en las faldas del volcán Ipala, en el departamento de Chiquimula. Sobrino del mariscal Vicente Cerna y Cerna, fue perseguido, exilado y apresado tras laReforma Liberal de 1871 cuando ayudó a su tío a huir del país; siendo un poeta consumado, escribió poemas contra el general Justo Rufino Barrios. El presidente Manuel Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional de Guatemala imprimir sus obras a finales del siglo xix

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