Segundo canto
¡Salve oh! Sublime y perdurable
anhelo
de las huérfanas almas que en la
vida
van regando con lágrimas el
suelo,
en tu inmensa región desconocida
campo hallarán las nobles
ambiciones
y los bellos ensueños, acogida.
Nacen para el amor los corazones
y brotan de las larvas de la
tierra
mariposas de luz, las ilusiones.
Nace el amor purísimo que
encierra
la plegaria tiernísima y el canto
que a tus soñados mundos nos
destierra;
nace vestida de celeste encanto
la dorada mujer, flor de los
cielos
mitad del corazón que amamos
tanto,
nacen con el amor santos
consuelos
y prenden con la chispa soberana
de la noble ambición, nobles
anhelos;
y el alma ardiente y de la dicha
ufana
entona sus mil cánticos de amores
a los rayos del sol de la mañana:
Mas llega la estación de los
rigores
y las primeras nieves del
invierno
caen del corazón todas las
flores;
con el canto triunfal y el ritmo
tierno
y se llega al sepulcro, y el alma
sube;
y empieza a desplegar su vuelo
eterno.
Ignoro el tiempo que a su lado
estuve
en aquellos espacios sostenido
por sus alas divinas de querube;
sólo sé que al mirar estremecido
aquel inmenso mar resplandeciente
creí perder la vista y el
sentido.
Hondo clamor fantástico y
creciente
como el rumor de un trueno
prolongado
rugía a nuestras plantas
sordamente;
¡Ah! –mi esposos clamó con
angustiado
acento de dolor- su pena es
mucha,
el mundo hoy más que nunca es
desgraciado…!
“Ese –me dijo- que tu oído
escucha
hondo clamo, es el clamor que
lanza
la humanidad en su perpetua
lucha”;
aquí como el oleaje del océano
sube, perpetuamente repetida,
la eterna queja del linaje
humano.
Aquí se oye la queja nunca oída,
la callada oración, las no
enjugadas
lágrimas ¡Ay de las que el mundo
olvida!
De aquí se ven subir como
bandadas
de aves que buscan suspirados
climas;
los sueños de las almas
desgraciadas;
tú que el lenguaje de tu mente
limas
sabe que aquí me dijo –han
agitado,
sus blancas alas, sus soñados
ritmos…!
Sabe que aquí tristísimo ha
pasado
en pos de una ilusión que aún
desconoces,
tu suspiro doliente y prolongado.
Cuántas veces sintiendo los
atroces
suplicios de su alma, aquí tu
esposo
miró tu llanto y escuchó tus
voces.
Desde aquí vi a la envidia
cenagosa
de estrecho corazón del ogro
siente
mimar en ti cual siempre
venenosa.
Desde aquí oí silbar sobre tu
frente
a la calumnia vil que te azotaba
tras ti, lanzando el vulgo de la
gente.
Era grande el dolor que te
abrumaba
pues te creías solo y no sabías
que yo también con tu dolor
lloraba.
¡Oh, compañera de mis bellos
días!
El Dios –la interrumpí… ¿Dónde se
esconde
el Dios de tus creencias y las
mías?
Nuestro Dios, respondió, yo o sé
dónde
aquí como en el bajo cautiverio
lo llamamos también y no
responde.
¿Siempre el misterio? Siempre el
misterio,
sólo que aquí, me contestó,
avanzamos
un paso más en su infinito
imperio.
Los que la vida corporal dejamos
si aún no vemos a Dios en esta
vida
de su infinito amor ya no
dudamos,
mira esos astros que en eterna
huida
pasan dejando rastros luminosos
por el inmenso espacio sin
medida;
contempla esos mil mundos
portentosos
donde una parte del linaje humano
entona ya sus cánticos grandiosos
de aquí verás en día no lejano
alzarse el sol de la injusticia
santa
porque en la tierra suspiraste en
vano;
de aquí sin miedo de opresora
planta
podrán llamarse al fin altiva y
fuerte
la voz que en tu conciencia se
levanta;
cuando tu alma se anda el polvo
inerte
y harías aquí, emprenda el
poderoso vuelo
desde el profundo seno de la muerte;
yo estaré aquí, con amoroso
anhelo
para mostrarte su inmortal
destino
¿No me llamabas ángel de tu
cielo?
pues yo vendré a encontrarte en
tu camino
y entre los brazos te pondré de
aquella
Santa mujer que a consolarme
vino.
¡Oh…! Mi madre –clamé- tres veces
santo
mientras tú me guías con empeño
bajo la tierra a consolar tu
llanto;
quedo velando tu aparente sueño
con aquel mismo afán con que
solía
velarte en el hogar cuando
pequeño;
¡Oh madre mía! ¡Oh santa mía!
Perdóname –grité un solo instante
pudo olvidarte en mi memoria
impía;
y al mismo tiempo que fijé
anhelante
por contemplar su imagen amorosa
la vista inquieta en el planeta
errante.
Llegó trazando estela luminosa
junto a mi rostro, colosal figura
seguía a un tiempo humilde y
majestuosa;
fijó en la tierra la mirada pura
de sus ojos que a un tiempo
destellaban
rayos de luz y sombras de
amargura.
¿Quién eres? Dijo en tanto que
avanzaba
nubes de sombra que en celeste
corte
tras la gigante sombra se
agrupaban;
¿Lo ignoras tú que de la tierra
vienes?
Dijo con esa voz serena y fría
del que sufrió del mundo los
desdenes;
y
señalando la mansión sombría
murmuró para sí, yo fui el
primero
que sentí que la tierra se movía.
¡Oh… Galileo! ¡Oh! Sombra que
venero
prorrumpí con afán; ¡Mártir
sublime!
Admiración del Universo entero.
Tú que sufriste en la tierra,
dime:
¿Por qué hallan todos dichas y
placeres
y sólo el genio entre cadenas
gime?
Ya que misterios de la vida
quieres
escudriñar, prosigue tu camino
y ve a decir al mundo lo que
vieres;
dijo, y en pos de su inmortal
destino
volvió a emprender el poderoso
vuelo
la frente orlada de fulgor
Divino.
(Lucila Sandoval: su esposa y prima).
(3 de julio de 1856 - 1901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda «El Paxte», en las faldas del volcán Ipala, en el departamento de Chiquimula. Sobrino del mariscal Vicente Cerna y Cerna, fue perseguido, exilado y apresado tras laReforma Liberal de 1871 cuando ayudó a su tío a huir del país; siendo un poeta consumado, escribió poemas contra el general Justo Rufino Barrios. El presidente Manuel Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional de Guatemala imprimir sus obras a finales del siglo xix.
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