Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

31 octubre, 2016

175. La casa en llamas. Bertolt Brecht, alemán.

No hace mucho tiempo vi una casa que ardía.
Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme,
advertí que aún había gente en su interior.

Fui a la puerta y les grité que el techo estaba
ardiendo, incitándoles a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa.

Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba
sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no
hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé, tiene
que arder antes que acabe con sus preguntas.

Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le
queme en los pies hasta el punto de desear
gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que

decirle.

 
Eugen Berthold (Bertolt) Friedrich Brecht (Augsburgo10 de febrero de 1898-Berlín Este14 de agosto de1956) fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también llamado teatro dialéctico.

174. Compasión y lástima. Paul Roud.

Compasión y lástima no son exactamente lo mismo.

Mientras que la primera refleja el anhelo del corazón de fundirse con el otro y asumir parte del sufrimiento, la segunda es un conjunto limitado de pensamientos concebido para asegurar un estado de separación. 

La compasión es la respuesta espontánea del amor;
la lástima el reflejo involuntario del miedo. 

173. Decálogo de la bondad. Bernabé Tierno, español.

Averigua tu grado de bondad (o mejor, que otros lo averigüen por ti. Sé sincero. Puntúate de 1 a 10 en cada uno de los siguientes postulados. Que otros te puntúen y contrasta una y otra evaluación.

1. No me doy demasiada importancia por mis buenas acciones 1 -2-3-4-5-6-7-8-9-10

2. Siempre trato a los demás con afecto y comprensión 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

3. Tiene para mí más importancia el amor que el poder, la gloria o el dinero 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

4. Rechazo de plano la manipulación y el engaño 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

5. Intento ver el lado bueno y positivo de las personas 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

6. Jamás he intentado dañar o perjudicar a alguien 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

7. No necesito especiales razones y argumento para ser bondadosos 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

8. Vivo de acuerdo con mis convicciones y con mi conciencia 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

9. El respeto, el amor y la generosidad con los demás presiden todas mis acciones. Con mi bien doy mi corazón 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10


       10. Mi felicidad es mayor en la medida en que contribuyo a 

hacer felices a otros 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10

 

172. ¿Quién es aquél? A.C.

171. Azalea.

Las azaleas son arbustos de flor clasificadas en la actualidad en dos de los subgéneros de Rhododendron - el subgénero Pentanthera, tipificado por Rhododendron nudiflorum y el subgénero Tsutsusi con el Rhododendron tsutsusi. Existen azaleas de hojas caducas y azaleas perennes.

Una de las diferencias principales entre las azaleas y el resto de la familia del rododendro es su tamaño y el crecimiento de la flor. Los rododendros desarrollan las flores en racimos, mientras que la mayoría de las azaleas tienen floraciones terminales (una flor por cada tallo floral). Sin embargo, emiten tantos tallos que durante la estación floreciente conforman una sólida masa colorida que van desde el rosa, rojo, naranja, amarillo, púrpura o blanco.

Un dato curioso es que la miel producida por abejas a partir de estas flores es altamente venenosa para los seres humanos, mientras que es inofensiva para los insectos.

Taxonomía
Reino:Plantae
División:Magnoliophyta
Clase:Magnoliopsida
Orden:Ericales
Familia:Ericaceae
Género:Rhododendron
Subgénero:Pentanthera
Tsutsusi
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 y yo ;) hace 34 años.

170. Diez formas para enseñar a decir "NO" a las drogas.

1. Hable con su hijo tocante al alcohol:

Los padres pueden cambiar las ideas que los hijos hayan recibido de la televisión, de sus amigos o familiares que "todo el mundo toma".


2. Aprenda cómo escuchar a su hijo:

Ayude a su hijo a sentirse cómodo hablando con usted, sin temor a castigos.


3. Ayude a su hijo a sentirse seguro de sí mismo.

Recompense las conductas buenas con abrazos y alabanzas.


4. Ayude a su hijo a desarrollar valores firmes.

Las tradiciones firmes de familia dan a los hijos valor para hacer decisiones basadas en verdades en lugar de la exigencia de sus compañeros.


5. Sepa qué hacer si hay sospechas de un problema. Los padres deben saber cómo reconocer las señales del uso del alcohol o drogas y a dónde ir para encontrar ayuda.


6. Ayudando a sus hijos cómo tratar con las urgencias de sus amigos.

Usted puede ayudar a sus hijos tomando el tiempo para conocer sus amigos y también a los padres de sus amigos.


7. Haga reglas que les ayudarán a sus hijos a decir "NO".

Es de mucho provecho cuando los padres hacen reglas específicas en contra del uso del alcohol y que los hijos sepan las consecuencias cuando ellos quebrantan esas reglas.


8. Anime a que tengan actividades creativas. Los padres pueden animar y participar en actividades libres de drogas que puedan impedir que sus hijos tomen alcohol y otras drogas.


9. Reúnase con otros padres.

Cuando los padres se juntan pueden tomar pasos para dar fuerza a las reglas que han hecho.


10. Sea un buen ejemplo.

Las actividades y los hábitos de los padres en cuanto al alcohol pueden ser de mucha influencia sobre las ideas de los hijos en cuanto al alcohol y otras drogas.



Dirección General Policía Nacional. Guatemala.

169. A mi hijo. Rudyard Kipling, británico.

Hijo mío:

Si quieres amarme bien puedes hacerlo,

tu cariño es oro que nunca desdeño.

Más quiero que sepas que nada me debes,

soy ahora el padre, tengo los deberes.

Nunca en la alegría de verte contento,

he trazado signos de tanto por ciento.

Más ahora, mi niño, quisiera avisarte,

mi agente viajero llegará a cobrarte.

Presentará un cheque de cien mil afanes,

será un hijo tuyo gota de tu sangre.

Y entonces mi niño, como un hombre honrado,

en tu propio hijo deberás pagarme.

 
Joseph Rudyard Kipling (Bombay, India Británica, 30 de diciembre de 1865 - Londres, Gran Bretaña, 18 de enero de 1936) fue un escritor y poeta británico. Autor de relatos, cuentos infantiles, novelas y poesía.

168. El código de honor. L. R. Hubbard, estadounidense.

Nunca abandones a un compañero en necesidad, en peligro o en apuro.

Nunca retires tu lealtad una vez otorgada.

Nunca abandones a un grupo al que debes tu apoyo.

Nunca te menosprecies ni minimices tu fuerza o tu poder.

Nunca necesites elogio, aprobación o compasión.

Nunca comprometas tu propia realidad.

Nunca permitas que tu afinidad se degrade.

No des o recibas comunicación a menos que tú mismo lo desees.

Tu auto determinismo y tu honor son más importantes que tu vida inmediata.

La integridad hacia ti mismo es más importante que tu cuerpo.

Nunca lamentes el ayer. La vida está en ti hoy, y tú haces tu mañana.

Nunca temas dañar a otro en una causa justa.

No desees agradar o ser admirado.

Sé tu propio consejero, sigue tus propios consejos y selecciona tus propias decisiones.

Sé fiel a tus propias metas.


 
Lafayette Ronald Hubbard, más conocido como L. Ron Hubbard y quien también suele ser llamado por sus iniciales, LRH (TildenNebraska13 de marzo de 1911-CrestonCalifornia24 de enero de 1986), fue un escritor estadounidense de literatura pulp y el fundador de la Dianética y la Cienciología. Escribió ficción en diversos géneros, textos para hombres de negocios, ensayos y poesía.

167. ¡Háblame de Dios! P. Miquel Estradé.

Dije tembloroso al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
El sol se ocultó sin decirme nada.
Y el sueño se convirtió en realidad.

Al día siguiente por la mañana,
cuando yo abría la ventana,
el sol ya me esperaba sonriente.

Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!
Y el almendro floreció.

Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
Y el agua brotó.

Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de belleza.

Dije a mi hijo: ¡Háblame de Dios!
Y el niño me dijo: Háblame tú.

Dije a mi padre: ¡Háblame de Dios!
Y él se quedó mirándome y amándome.

Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
Y la madre me dio un beso.

Dije al labrador: ¡Háblame de Dios!
Y al labrador me enseñó a labrar.

Dije al obrero: ¡Háblame de Dios!
Y él me dijo: Trabaja y lo encontrarás.

Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y me dio un trozo de pan que se llevaba a la boca.

Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
Y el enemigo me dio la mano.

Dije a un niño: ¡Háblame de Dios!
Y el niño me sonrió.

Dije a un soldado: ¡Háblame de Dios!
Y el soldado dejó las armas.

Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente me amó.

Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
Y la mano se convirtió en servicio.

Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se hizo agradecimiento.

Te dije: ¡Háblame de Dios!
Y tú bien sabes qué me dijiste.

Dije a la Biblia: ¡Háblame de Dios!
Y la Biblia se ahogó de tanto hablar.

Dije a Jesús: ¡Háblame de Dios!
Y Jesús rezó el Padre nuestro.

Dije a Dios: ¡Háblame de Dios!
Y Dios me dijo: Te hablaré de ti.
   
 

29 octubre, 2016

166. Señor, líbrame de mí mismo. Michel Quoist, francés.



No son pocos los hombres víctimas de sí mismos. Más desgraciados de lo que cabe imaginar, están condenados a no poder amar más que su yo.

Hay que entrar en su dolor para librarles del mismo, pues se trata ni más ni menos que de la experiencia del infierno. Éste será también el inicio de su salvación, siempre que encuentren un amigo que les haga descubrir cómo son verdugos de sí mismos; siempre que encuentren un cristiano que se convierta para ellos - desde fuera - en la Luz y la Alegría que los aleje de sí mismos. Tal vez dirán entonces - no importa el texto - esta oración.

Si logran, en fin, pedir lealmente a Dios que les libre de sí mismos, ya están salvos. Es la primera etapa.
 
También nosotros podemos recitar esta oración las tardes en que nos hayamos encerrado en nuestro yo para vernos libres de los otros y de Dios.

* * *
Salido al camino (Jesús), corrió a Él uno que, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?"... Jesús poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: "Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, luego, ven y sígueme". Antes estas palabras se nubló el semblante del joven y se fue triste, porque tenía mucho dinero. (Mc. 10, 17-22)

* * *
¿Me oyes, Señor?
Estoy sufriendo horrores,
encerrado en mí mismo,
prisionero  en mí mismo,
no oigo más que mi voz,
sólo me veo a mí,
y tras de mí no hay más que mi sufrimiento.

¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi cuerpo:
es un montón de hambre,
y cuando toca algo con sus innumerables ojos enormes,
con sus mil manos extendidas,
sólo es para agarrarlo
e intentar apagar con ello su insaciable apetito.

¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi corazón:
está hinchado de amor,
pero aun cuando creo que amo locamente,
acabo descubriendo con rabia
que es a mí mismo a quien estoy amando a través del otro.

 ¿Me oyes, Señor?
Líbrame de mi espíritu:
está lleno de sí mismo,
de sus ideas, de sus opiniones;
no sabe dialogar,
pues no le llegan más palabras que las suyas.
Y yo solo me aburro,
me canso,
me detesto,
me doy asco,
desde que empecé a dar vueltas y más vueltas
en mi sucia piel como un lecho quemante de enfermo
del que se daría cualquier cosa por huir.
Todo me parece ruin, feo, sin luz
... y es que ya no sé ver nada sino a través de mí.
Y siento ganas de odiar a los hombres y al mundo
... y sólo es por despecho puesto que no sé amarlos.

Y quisiera salir,
escaparme,
marchar a otros países.
Porque yo sé que la alegría existe:
la he visto cantar en muchos rostros

Yo sé que la luz brilla:
la he visto iluminando mil miradas.
Pero no puedo salir de mí:
yo amo mi prisión al tiempo que la odio,
pues yo soy mi prisión
y yo me amo,
yo me amo, Señor, y me doy asco.
Y ahora no encuentro ya ni siquiera
la puerta de mi casa:
enceguecido, avanzo a tientas,
me golpeo con mis propias paredes,
con mis límites,
me hiero,
me hago daño,
demasiado daño,
y nadie lo conoce porque nadie entró en mí.

Estoy solo, solo.
     Señor, Señor, ¿Me oyes?
Enséñame mi puerta,
agárrame de la mano,
ábreme,
enséñame el Camino,
la ruta de la luz y la alegría.
Pero...
Señor, ¿Me estás oyendo?

* * *

Sí, pequeño, te oigo
y me das pena.
Hace tiempo que acecho tus persianas caídas. 
Ábrelas:
mi luz te iluminará.

Hace tiempo que aguardo ante tu puerta encerrojada.
Ábrela: me hallarás en el umbral.

Yo te estoy esperando, y te esperan los otros.
Sólo hace falta abrir,
hace falta que salgas de ti mismo.

¿Por qué continuar siendo prisionero de ti mismo?
Eres libre.
No fui Yo quien te cerró la puerta
ni puedo ahora abrírtela.

Eres tú quien tiene echado el cerrojo por dentro.




Michel Quoist (Le Havre18 de junio de 1921ibíd., 18 de diciembre de 1997) fue un presbíteroteólogosociólogo y escritor católico francés. De origen obrero y ordenado sacerdote en 1947, Michel Quoist se doctoró en La Sorbona de París. 




165. Palabras. Fulton J. Sheen, estadounidense.

Escuché la charla de dos jóvenes, una muchacha y un muchacho.

Ella había logrado buenas calificaciones en algunas materias en la universidad, él… bueno, no tan buenas. Ella se burlaba un poco, y el muchacho sin sentir la menor vergüenza alegó “De qué te servirá todo eso que aprendiste este año si volvemos a la guerra, no sería mejor que nos divirtiéramos, no hay nada más fastidioso que estudiar. Y al final no tiene objeto, mi primo Juan que apenas sabe leer y escribir gana millones y mi hermano Alberto que fue siempre el primero de su clase vive miserablemente”. Ese joven pensaba hacia el exterior, no concedía al individuo más valor que el que le daba la parte material de su existencia. La personalidad no contaba para él, y por desgracia ese es el pensamiento predominante de nuestra juventud, en su subconsciente prevalece el miedo que la guerra dejó a sus padres, el temor los hace despreciar la riqueza espiritual, el cultivo de la inteligencia, viven sin darse cuenta deseando casi que una nueva catástrofe les dé la razón, los libere de la obligación de estudiar, de pensar. Y procuran aprovechar hasta el último minuto que tienen porque acaso después llegue la muerte y no han podido aprovechar la vida.

En estas condiciones para qué puede servirnos la inteligencia, para usar palabras más o menos bonitas, para hablar con más o menos gracia, para saber usar el cinismo, o para criticar más fácilmente; pues para para todo esto la inteligencia necesita también un poco de cultura, de práctica, necesita ejercitarse pensando, de otra manera los hombres hablarían como los niños repitiendo lo que oyeran y muchas veces no sabiendo lo que decían.

La palabra nos fue concedida no para desperdiciarla en inútiles discusiones, no para perjudicar a los otros, para criticarlos sin piedad y para ofenderlos. Nos la dio nuestro Señor para que pudiéndonos comunicar por medio de ella con nuestros semejantes fuera un vehículo de alegría, de satisfacciones, para que con ella pudiéramos dirigirnos a Él y agradecer sus bondades.

Para que pudiéramos construir con ella el edificio de nuestros pensamientos, para que todo lo hermoso que pudiera haber en nuestra mente salga por los labios y puedan conocerlo los demás que por corta inteligencia no sean capaces de convertir una idea en una frase.

La palabra le fue concedida al hombre como le fueron dadas la inteligencia y el alma, es un privilegio que no tenemos el derecho de desperdiciar, sin la palabra no podrían entenderse los sabios, no habría manera de comunicarnos de uno a otro continente por medio de teléfono o de otros medios. No sería posible aprender un mecanismo ni hacer una amistad, ni llegar por la exteriorización de las ideas a amar a otra persona.

Jesucristo cuando estuvo en el mundo habló nada más, su doctrina estuvo hecha de palabras, porque él sabía que era el mejor medio para llegar a los corazones y la mente. Por qué entonces despreciarla ahora menospreciando ahora la reflexión que pueda traducirse después en una bella frase que sirva a los demás. Por qué agotarla y volverla inútil como consecuencia de una actividad y de un vértigo material que no puede darle ningún valor, la palabra muchas veces puede salvarnos pero también puede perdernos. Tenemos el ejemplo número uno en el paraíso donde nuestros padres eran felices pero llegó el primer “rojo” y por oír su palabra revolucionaria perdieron cuanto tenían. Judas y San Pedro son otro ejemplo, uno se perdió y el otro se salvó.

No hables mucho porque te equivocarás mucho dice el refrán, y nada tan sabio como esto. El que calla y guarda silencio cuando es prudente puede en cualquier momento rectificar su pensamiento, pero el que habla siempre sin reflexionar antes, está en peligro constante.

Cuántas veces nos arrepentimos de haber dicho esto o lo otro, cuántas veces quisiéramos que los demás fueran sordos para que no escucharan lo que decimos en un momento de extravío o de violencia. Cuántas veces pretendemos componer algo que dijimos y lo descomponemos más.

La palabra dicha es inexorable, si ofendemos con ella podremos ser perdonados o castigados, podremos llegar a olvidarla pero el ofendido la guardará siempre y alguna vez surgirá en su memoria.

Todos podemos conocer lo sublime del silencio. Se equivocan los que suponen que solo en los monasterios se medita y se vive en silencio. El callar no está en contra de la actividad ni de la vida moderna, ni de nuestro vértigo, es una virtud que puede acompañarnos constantemente y que nos ayudará a encontrar más agradable hablar porque lo haremos siempre en el momento oportuno. Y si al terminar el día antes de dormir dedicamos unos instantes al silencio y miramos hacia nuestro interior aprenderemos pronto a corregirnos, pero tendremos que meditar en esos instantes de silencio con toda sinceridad.

Reconoceremos nuestros errores cometidos durante el día, nuestra, mente llegará después de un trabajo que al principio será difícil y más tarde fácil, a señalarnos esas faltas. La vida interior irá haciéndose más intensa, sentiremos la necesidad de volver con el alma después del vértigo y la actividad diarios al descanso del silencio. Nos acordaremos cuando menos entonces de que nuestro espíritu sí está desligado por completo de los afanes materiales, y podremos someternos humildemente al poder curativo de nuestro médico divino, y sobre todo sabremos que vale la pena vivir.


 
Fulton John Sheen (8 de mayo de 18959 de diciembre de 1979) fue un arzobispo estadounidense.
Trabajó en la televisión como presentador del programa Life Is Worth Living (La vida vale la pena vivirla) a comienzos de la década de 1950.