Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

24 marzo, 2017

366. Capítulo 1, La eterna tragedia. Humberto Porta Mencos, guatemalteco.

Quiero contarte, lector,

la vida de un peregrino

que luchó contra el Desino

con denodado valor,

que supo del dolor

en el correr de los años;

de perfidias y de engaños

y mentidas alabanzas;

vió morir sus esperanzas

y cosechó desengaños…



Este anciano venerable,

de escrutadora mirada,

con la cabeza nevada,

y de trato siempre afable;

nunca tuvo vida estable,

pues, según su larga historia,

fue como ave migratoria

que mudando de estaciones,

erró por muchas naciones

en pos de dicha ilusoria.



Comprendió en su juventud

que el amor puro es eterno;

que al hombre adusto hace tierno

con su mágica virtud;

que al alma en su plenitud

le atrae el cándido amor,

porque es eternal fulgor

que irradian los corazones;

¡Y que nido es de ilusiones

lisonjero y seductor!



Visitó magnates, reyes,

de países muy lejanos…

Vió surgir, caer tiranos

y violar sapientes leyes;

vió hambrientos pueblos y greyes

de distintas religiones,

levantar rojos pendones

en asoladoras guerras,

que ensangrentaban las tierras

por absurdas opiniones.



Cierta vez, este viajero,

llegó a una ciudad hermosa,

como ninguna suntuosa

por su esplendor hechicero;

invitando a pasajero

deleite en sus diversiones,

por sus fastuosos salones

y sus damas fascinantes,

que a sus gallardos amantes

abrían sus corazones.



Los padres, con sus prolijos

cuidados y su constancia,

desterrando la ignorancia,

educaban a sus hijos.

Todo era allí regocijos;

vivía el pueblo contento,

no abatía el sufrimiento

y con libertad inmensa,

escribían en la prensa

y era libre el pensamiento.



Sus parques engalanaban

multitud de gayas flores,

y al exhalar sus olores

el ambiente embalsamaban

florecientes se encontraban

sus extensas alamedas,

que al mecer las brisas ledas

en las tardes polícromas,

esparcían los aromas

de eucaliptus y resedas.



Ciudad de palacios reales

y medioevales conventos,

de iglesias y monumentos

y obeliscos colosales:

obras bellas, inmortales,

por su regia arquitectura,

donde el pasado aún fulgura

con maravilla esplendente

para mostrar al presente

que sobre todo perdura.



Para admirar los parajes

de bellos alrededores,

que los más diestros pintores

imitan en sus paisajes;

por sus cielos con celajes

de oro y de grana teñidos,

y sus lagos extendidos

donde el que es artista siente,

con admiración creciente

que se embargan sus sentidos.



Salió ansioso el peregrino

una tarde arrebolada,

y cruzando una cañada

por un angosto camino,

cuando el fulgor vespertino

en tenues luces moría,

lleno de melancolía

llegó a elevada meseta,

donde se hallaba un poeta

que improvisando decía:



“-Tarde de sombras y brumas

y de eléctricos fulgores,

tarde en que mueren las flores

con el beso de las brumas.

Hay aleteos de plumas

en el bosque rumoroso,

y del río caudaloso

que recorre la extensión,

se adivina la canción

que va cantando gozoso.



El viento peina los pinos

con un aliento de rosas,

y vuelan las mariposas

bajo los cónico pinos:

hay mil armónicos trinos

que hablan de amoroso afán:

y las brisas que se van

por la tupida floresta,

nos recuerdan una orquesta

de la Scala de Milán.



Las campanas de la ermita

se despiden de la tarde,

cuando el sol apenas arde

detrás de la vieja ermita.

La noche se precipita

por los confines del cielo;

y con su aliento de hielo,

entume mirtos y rosas,

las anémonas preciosas

y el embriagante asfódelo.



Los astros del firmamento

que titilan por instantes,

simulan grandes diamantes

del peplo del firmamento.

Va de momento en momento

aumentando el esplendor,

y entre el vesperal fulgor

que cautiva mis sentidos,

los pájaros, de sus nidos

hacen tálamos de amor.




Son fuegos fosforescentes

en que el cosmos se satura

de rádium, en la hora obscura

de luces fosforescentes.

Luminosas y candentes

franjas, se ven en la aérea

e inmensa bóveda etérea,

para dejar demostrado,

que el radiante es otro estado

que presenta la materia.-“



Al oírle recitar

los dulces versos aquellos,

que eran fúlgidos destellos

de su genio singular,

el viajero quiso hablar

al incógnito poeta

de alma sensible, de esteta,

y de expresión elocuente;

más contempló, de repente,

del viajero la silueta.



Y al anciano, con asombro,

le dijo el bardo -¿Quién eres?

Dime: ¿Qué buscas? ¿Qué quieres?

¡Verte aquí me causa asombro!

No te llamo ni te nombro

en los versos que recito.

¿Eres, acaso, un proscrito

ser de sufrimiento eterno,

que se escapó del infierno

y anda errante en lo infinito…?



-Yo,- replicó el buen anciano,

con su calma acostumbrada-

no soy alma acongojada,

ni fantasma del arcano.

Vengo de un país lejano,

y al llegar a estos lugares,

para calmar los pesares

que andan conmigo, en el viaje,

vine a dar a este paraje

donde escuché tus cantares.



Sublime es la poesía;

para mí, un bardo es sagrado.

Admiro, y siempre he admirado

ese don que les dio un día

el Artífice, que guía

por el cielo a los planetas;

don con que hace a los poetas

cantar, como ruiseñores,

sus placeres, sus amores

y sus penas más secretas.



La noche había cubierto

con sus sombras la meseta,

y el anciano y el poeta

bajaron con paso incierto.

Todo se hallaba desierto

en la inmensidad obscura,

y por la extensa llanura

se fueron en charla amena,

mientras el aura serena

salmodiaba en la espesura.

 (Chiquimula, 14 de julio de 1901 – Ciudad de Guatemala, 16 de marzo de 1968) fue un poeta, periodista y escritor guatemalteco.


Cuarto poeta laureado de América.

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