Te ofrecí que muy pronto escribiría
la historia de mis íntimos dolores,
y he pasado escribiendo todo el día…
Tú que sabes cuán pronto hundió mis velas
la borrasca fatal; que solo fueron
el destierro y la cárcel mis escuelas;
Tú que sabes cuán pronto enmudecieron
todas aquellas voces que en la cuna
tan bello porvenir me prometieron,
y que hoy me ves sin esperanza alguna
sucumbiendo por fin tras lucha cruenta
al golpe postrimer de la fortuna…
Pensaste que a la lumbre macilenta
de mis tristes recuerdos, la sentida
dé al vulgo vil que me atormenta,
o que en medio a esa turba descreída
arroje una novela interesante
con las hondas tristezas de mi vida;
no vayas a creerlo. En el instante
que tomo la pluma se alza airada
la sombra de mi padre agonizante.
Vuelvo a escuchar la horrible carcajada
en que trocara mi infeliz hermano,
su juventud su ilusión soñada.
¿No recuerdas, Virgilio, la abatida
faz de aquella mujer de sesenta años
entre sus propias gentes desvalida?
¿No conociste, pues, los hondos daños
que sufrió aquella mártir suplicante
demandando piedad, presa entre extraños?
Pues ante aquel recuerdo palpitante
necesito venganza, necesito
inventar otro infierno, como el Dante.
Sí. Yo voy a escribir con sangre y fuego
esa historia sangrienta de mi vida:
¡Maldito yo si a Juvenal no llego!
Yo no tengo derecho a ser sentido:
desesperado me arrojé en el cieno,
y ni espero perdones ni los pido.
Mas, perdona tú que eres tan bueno
arrancaste mil veces de mi mano
la copa con que duermo y me enveneno.
Si ya no existe la mujer querida,
la tierna esposa que me amaba tanto,
la sola acaso que me amó en la vida
¿Sobre qué seno verteré mi llanto?
¿Dónde inclinar la frente que abatida
revela los martirios el quebranto?
¡Oh! Si pudieras ver los que sepulto
diariamente en el alma; si supieras
los dolores y las lágrimas que oculto.
Fui a pedirle a mi Dios y al guiar la planta
al templo en donde oraron mis mayores,
ya no hallé una voz en mi garganta.
Postré la frente desolada y muda
en las frías baldosas, clamé al cielo,
y ni fuerzas hallé ni encontré ayuda.
¿En dónde, en donde está la providencia?
¿Por qué si ha muerto una creencia santa,
no despierta en el mundo otra creencia?
Inútil preguntar. La esfinge muda
nada dirá a la humanidad en tanto
que no venga otro Gólgota en su ayuda.
Fuera el enigma, pues, que infunde espanto,
y volvamos al campo de pelea
los pechos con valor y ojos sin llanto.
Si allí mi tumba está, bendita sea,
será que me salvó del dios del Vicio,
el Dios omnipotente de la idea.
¡Sí! Ya para salir del precipicio
me ayudan ¡ay! mis sombras olvidadas
que se destacan del sombrío muro
mis mártires criaturas olvidadas…
Allí están todas ellas. ¡Ah! te juro
por mi madre infeliz, por la hostia santa
que me hizo comulgar, sencillo y puro;
por aquella creencia sacrosanta,
que es ahora mil veces más querida,
pues que nadie la apoya y la levanta.
Te juro emplear el resto de mi vida
y este poco de fuerza que me queda
en vengar de la patria la ancha herida.
Y si la noche en que caí, me veda
poder seguir los pasos del verdugo,
para ahuyentar la sombra de Espronceda
pediré un rayo al sol de Víctor Hugo.
Mas, ya que tú supones que al guardarlo
yo lo hago por desdén o por desidia,
hoy voy, por desmentirte, a publicarlo,
después… ya me verás entrar en lidia,
si ya no es hora de alcanzar la palma,
aun sabré pisotear más de una envidia;
y a todos esos que en mi horrible calma
me juzgan muerto ya, porque no arrojo
al mundo los pedazos de mi alma,
ahora que de mi alma me despojo,
pues se va toda entera en mi poema,
diré: diente por diente; ojo por ojo.
(A Virgilio Sandoval, su primo).
(3 de julio de 1856 - 1901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda «El Paxte», en las faldas del volcán Ipala, en el departamento de Chiquimula. Sobrino del mariscal Vicente Cerna y Cerna, fue perseguido, exilado y apresado tras laReforma Liberal de 1871 cuando ayudó a su tío a huir del país; siendo un poeta consumado, escribió poemas contra el general Justo Rufino Barrios. El presidente Manuel Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional de Guatemala imprimir sus obras a finales del siglo xix.
la historia de mis íntimos dolores,
y he pasado escribiendo todo el día…
Tú que sabes cuán pronto hundió mis velas
la borrasca fatal; que solo fueron
el destierro y la cárcel mis escuelas;
Tú que sabes cuán pronto enmudecieron
todas aquellas voces que en la cuna
tan bello porvenir me prometieron,
y que hoy me ves sin esperanza alguna
sucumbiendo por fin tras lucha cruenta
al golpe postrimer de la fortuna…
Pensaste que a la lumbre macilenta
de mis tristes recuerdos, la sentida
dé al vulgo vil que me atormenta,
o que en medio a esa turba descreída
arroje una novela interesante
con las hondas tristezas de mi vida;
no vayas a creerlo. En el instante
que tomo la pluma se alza airada
la sombra de mi padre agonizante.
Vuelvo a escuchar la horrible carcajada
en que trocara mi infeliz hermano,
su juventud su ilusión soñada.
¿No recuerdas, Virgilio, la abatida
faz de aquella mujer de sesenta años
entre sus propias gentes desvalida?
¿No conociste, pues, los hondos daños
que sufrió aquella mártir suplicante
demandando piedad, presa entre extraños?
Pues ante aquel recuerdo palpitante
necesito venganza, necesito
inventar otro infierno, como el Dante.
Sí. Yo voy a escribir con sangre y fuego
esa historia sangrienta de mi vida:
¡Maldito yo si a Juvenal no llego!
Yo no tengo derecho a ser sentido:
desesperado me arrojé en el cieno,
y ni espero perdones ni los pido.
Mas, perdona tú que eres tan bueno
arrancaste mil veces de mi mano
la copa con que duermo y me enveneno.
Si ya no existe la mujer querida,
la tierna esposa que me amaba tanto,
la sola acaso que me amó en la vida
¿Sobre qué seno verteré mi llanto?
¿Dónde inclinar la frente que abatida
revela los martirios el quebranto?
¡Oh! Si pudieras ver los que sepulto
diariamente en el alma; si supieras
los dolores y las lágrimas que oculto.
Fui a pedirle a mi Dios y al guiar la planta
al templo en donde oraron mis mayores,
ya no hallé una voz en mi garganta.
Postré la frente desolada y muda
en las frías baldosas, clamé al cielo,
y ni fuerzas hallé ni encontré ayuda.
¿En dónde, en donde está la providencia?
¿Por qué si ha muerto una creencia santa,
no despierta en el mundo otra creencia?
Inútil preguntar. La esfinge muda
nada dirá a la humanidad en tanto
que no venga otro Gólgota en su ayuda.
Fuera el enigma, pues, que infunde espanto,
y volvamos al campo de pelea
los pechos con valor y ojos sin llanto.
Si allí mi tumba está, bendita sea,
será que me salvó del dios del Vicio,
el Dios omnipotente de la idea.
¡Sí! Ya para salir del precipicio
me ayudan ¡ay! mis sombras olvidadas
que se destacan del sombrío muro
mis mártires criaturas olvidadas…
Allí están todas ellas. ¡Ah! te juro
por mi madre infeliz, por la hostia santa
que me hizo comulgar, sencillo y puro;
por aquella creencia sacrosanta,
que es ahora mil veces más querida,
pues que nadie la apoya y la levanta.
Te juro emplear el resto de mi vida
y este poco de fuerza que me queda
en vengar de la patria la ancha herida.
Y si la noche en que caí, me veda
poder seguir los pasos del verdugo,
para ahuyentar la sombra de Espronceda
pediré un rayo al sol de Víctor Hugo.
Mas, ya que tú supones que al guardarlo
yo lo hago por desdén o por desidia,
hoy voy, por desmentirte, a publicarlo,
después… ya me verás entrar en lidia,
si ya no es hora de alcanzar la palma,
aun sabré pisotear más de una envidia;
y a todos esos que en mi horrible calma
me juzgan muerto ya, porque no arrojo
al mundo los pedazos de mi alma,
ahora que de mi alma me despojo,
pues se va toda entera en mi poema,
diré: diente por diente; ojo por ojo.
(A Virgilio Sandoval, su primo).
(3 de julio de 1856 - 1901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda «El Paxte», en las faldas del volcán Ipala, en el departamento de Chiquimula. Sobrino del mariscal Vicente Cerna y Cerna, fue perseguido, exilado y apresado tras laReforma Liberal de 1871 cuando ayudó a su tío a huir del país; siendo un poeta consumado, escribió poemas contra el general Justo Rufino Barrios. El presidente Manuel Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional de Guatemala imprimir sus obras a finales del siglo xix.
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