Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

21 octubre, 2016

143. Un abrazo de oso.

Alberto era un hombre joven,
cuyo hijo había nacido recientemente
y era la primera vez que sentía la
experiencia de ser papá,
un buen día le dieron ganas de entrar
en contacto con la naturaleza;
pues a partir del nacimiento de su bebé
todo lo veía hermoso y
aun el rehuido de una hoja
al caer le sonaba a lindas notas musicales,
así fue que decidió ir a un bosque,
quería oír el canto de los pájaros
y disfrutar toda la belleza,
caminaba plácidamente respirando la humedad
que hay en estos lugares, cuando de repente,
vio posada en una rama a un águila
que lo sorprendió por la belleza de su plumaje.

El águila, también había tenido
la alegría de recibir a sus polluelos,
y tenía como objetivo llegar
hasta el río más cercano,
capturar un pez y llevarlo a
su nido como alimento,
pues significaba una responsabilidad
muy grande criar y formar a sus aguiluchos
para enfrentar los retos que la vida ofrece.
El águila al notar la presencia de Alberto
lo miró fijamente y le pregunto:
¿A dónde te diriges buen hombre?,
veo en tus ojos alegría.

Es que ha nacido mi hijo y
he venido al bosque a disfrutar pero,
la verdad es que me siento un poco
confundido. Oye, preguntó el águila
y ¿qué piensas hacer con tu hijo?
Pues ahora y desde ahora siempre
lo voy a proteger, le daré de comer
y jamás permitiré que pase frío,
yo me encargaré de que tenga
todo lo que necesite, y día
con día seré quien lo cubra de
las inclemencias del tiempo,
voy a defenderlo de los enemigos
que pueda tener y nunca dejaré
que pase situaciones difíciles, es
mi hijo, lo amo y no permitiré que
pase problemas o necesidades
como las que yo pasé, nunca dejaré
que eso suceda, porque para eso
estoy aquí, para que él nunca se
esfuerce por nada y, para finalizar
agregó, yo como su padre seré
fuerte como un oso y con la
potencia de mis brazos lo rodearé,
lo abrazaré y nunca dejaré
que nada ni nadie lo perturbe.

El águila no salía de su asombro,
atónita lo escuchaba y no
daba crédito a lo que había oído,
entonces respirando muy hondo
y sacudiendo su enorme plumaje,
lo miró fijamente y le dijo:
escúchame bien buen hombre,
cuando recibí el mandato de la naturaleza
para empollar a mis hijos,
también recibí el mandato
de construir mi nido,
un nido confortable, seguro,
a buen resguardado de los
depredadores, pero también
le he puesto ramas con muchas
espinas y ¿sabes por qué?,
porque aun cuando estas
espinas están cubiertas por
plumas, algún día cuando mis
polluelos hayan emplumado
y sean fuertes para volar, haré
desprender todo ese confort y
ellos ya no podrán habitar
sobre las espinas, eso los
obligará a construir su propio nido,
todo el valle será para ellos,
siempre y cuando realicen
su propio esfuerzo para conquistarlo
con todo; sus montañas,
sus ríos llenos de peces y
praderas llenas de conejos, si yo los
abrazara como un oso reprimiría sus
aspiraciones y deseos de ser
ellos mismos, destruiría irremediablemente
su individualidad y haría de ellos
individuos indolentes, sin ánimo de
luchar, ni alegría para vivir, tarde
o temprano lloraría mi error, pues
ver a mis aguiluchos convertidos en
ridículos representantes de su
especie, me llenaría de remordimiento
y gran vergüenza, pues tendría que
cosechar la impertinencia de mis actos,
viendo a mi descendencia imposibilitada
para tener sus propios triunfos,
fracasos y errores, porque
yo quise resolver todos sus problemas.

Yo amigo mío, dijo el águila,
podría jurarte que después
de Dios he de amar a mis hijos
por sobre todas las cosas, pero
también he de prometer que
nunca seré su cómplice en la
superficialidad de su inmadurez,
he de entender su juventud,
pero no voy a participar de sus
excesos, me he de esmerar
en conocer sus cualidades
pero también sus defectos,
y nunca permitiré que abusen de mí,
en aras de este amor que les profeso,
el águila calló, y Alberto no supo
qué decir, pues seguía confundido
y mientras entraba en una profunda
reflexión, ésta con gran majestuosidad,
levantó el vuelo y se perdió en el horizonte.

Alberto empezó a caminar,
mientras miraba fijamente el follaje
seco disperso en el suelo,
solo pensaba en lo equivocado
que estaba y el terrible error que
iba a cometer, al darle a su hijo
un abrazo como el de un oso.

Reconfortado siguió caminando,
solo pensaba en llegar a casa,
con amor, abrazar a su pequeño bebe,
pensando que abrazarlo solo
sería por segundos, ya que el
pequeño empezaba a tener
la necesidad de su propia libertad,
para mover piernas y brazos
sin que ningún oso protector
se lo impidiera. A partir de ese día,
Alberto empezó a prepararse
para ser el mejor de los padres.

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