Rhododendron

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Tsutsuji

09 octubre, 2016

124. Luggnagg. Jonathan Swift, irlandés.



Los viajes de Gulliver.

La obra relata los cuatro viajes, por mar realizados por un médico de abordo llamado Lemuel Gulliver.

Parte III, capítulo 10.

El tercer viaje. 
 
En Luggnagg, encuentra que los pobres inmortales, los struldgruggs, alcanzan con la edad un estado infrahumano de demencia senil, creando recelos y envidia. Allí Swift hace decir a Gulliver un hermoso discurso acerca de lo que haría si fuera inmortal, sumergiendo sus palabras en una utopía... que es destruida cuando sabe que esos inmortales estarán siempre anclados en la vejez.

   

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Después de este prefacio me dio detallada cuenta de cómo viven los struldbrugs allí. Díjome que ordinariamente se conducían como mortales hasta que tenían unos treinta años, y luego, gradualmente, iban tornándose melancólicos y abatidos, más cada vez, hasta llegar a los ochenta. Sabía esto por propia confesión, aunque, por otra parte, como en cada época no nacían arriba de dos o tres de tal especie, era escaso número para formar con sus confesiones un juicio general. Cuando llegaban a los ochenta años, edad considerada en el país como el término de la vida, no sólo tenían todas las extravagancias y flaquezas de los otros viejos, sino muchas más, nacidas de la perspectiva horrible de no morir nunca. No sólo eran tercos, enojadizos, avaros, ásperos vanidosos y charlatanes, sino incapaces de amistad y acabados para todo natural afecto, que nunca iba más allá de sus nietos. La envidia y los deseos impotentes constituían sus pasiones predominantes. Pero los objetos que parecían excitar en envidia en primer término eran los vicios más propios de la juventud y la muerte de los viejos. Pensando en los primeros, se encontraban apartados de toda posibilidad de placer, y cuando veían un funeral se lamentaban y afligían de que los otros llegaran a un puerto de descanso al que ellos no podían tener esperanza de arribar nunca. No guardan memoria sino de aquello que aprendieron y observaron en su juventud, y para eso, muy imperfectamente; y por lo que a la verdad o a los detalles de cualquier acontecimiento se refiere, es más seguro confiar en las tradiciones comunes que en sus más firmes recuerdos. Los menos miserables parecen los que caen en la chochez y pierden enteramente la memoria; éstos encuentran más piedad y ayuda porque carecen de las malas cualidades en que abundan los otros.
Si sucede que un struldbrug se casa con una mujer de su misma condición, el matrimonio queda disuelto, por merced del reino, tan pronto como el más joven de los dos llega a los ochenta años, pues estima la ley, razonable indulgencia, no doblar la miseria de aquellos que sin culpa alguna de su parte están condenados a perpetua permanencia en el mundo con la carga de una esposa.
Tan pronto como han cumplido los ochenta años se les considera legalmente como muertos; sus haciendas pasan a los herederos, dejándoles sólo una pequeña porción para su subsistencia, y los pobres son mantenidos a cargo del común. Pasado este término quedan incapacitados para todo empleo de confianza o de utilidad; no pueden comprar tierras ni hacer contratos de arriendo, ni se les permite ser testigos en ninguna causa civil ni criminal, aunque sea para la determinación de linderos y confines.
A los noventa años se les caen los dientes y el pelo. A esta edad han perdido el paladar, y comen y beben lo que tienen sin gusto, sin apetito. Las enfermedades que padecían siguen sin aumento ni disminución. Cuando hablan olvidan las denominaciones corrientes de las cosas y los nombres de las personas, aun de aquellas que son sus más íntimos amigos y sus más cercanos parientes. Por la misma razón no pueden divertirse leyendo, ya que la memoria no puede sostener su atención del principio al fin de una sentencia, y este defecto les priva de la única diversión a que sin él podrían entregarse.
Como el idioma del país está en continua mudanza, los struldbrugs de una época no entienden a los de otra, ni tampoco pueden, pasados los doscientos años, mantener una conversación que exceda de unas cuantas palabras corrientes con sus vecinos los mortales, y así, padecen la desventaja de vivir como extranjeros en su país.
Tal fue la cuenta que me dieron acerca de los struldbrugs, por lo que puedo recordar. Después vi a cinco o seis de edades diferentes, que en varias veces me llevaron algunos de mis amigos; pero aunque les manifestaron que yo era un gran viajero y había visto todo el mundo, no tuvieron la curiosidad de hacerme la más pequeña pregunta. Sólo me rogaron que les diese «slumskudask», o sea un pequeño recuerdo, lo que constituye una manera modesta de mendigar burlando la ley, que se lo prohíbe rigurosamente, puesto que son atendidos por el país, aunque con una muy pequeña asignación por cierto.
La gente de todas clases los desprecia y los odia. Su nacimiento se considera siniestro y se anota muy atentamente; así, puede saberse la edad de cada uno consultando los registros; pero éstos no se llevan hace más que mil años, o, al menos, han sido destruidos por el tiempo o por desórdenes públicos. Mas el procedimiento usual de calcular la edad que tienen es preguntarles de qué reyes o grandes personajes recuerdan, y luego consultar la historia, pues, infaliblemente, el último príncipe que tienen en la memoria no empezó a reinar después de haber cumplido ellos los ochenta años.
Constituían el espectáculo más doloroso que he contemplado en mi vida, y las mujeres, más aún que los hombres. Sobre las deformidades naturales en la vejez extrema, adquirían una cadavérica palidez, más acentuada cuantos más años tenían, de que no puede darse idea con palabras. Entre media docena distinguí en seguida cuál era la más vieja, aunque no se llevaban unas de otras arriba de un siglo o dos.


(Dublín, 30 de noviembre de 1667  - 19 de octubre de 1745) fue un escritor satírico irlandés.

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