Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

20 septiembre, 2016

27. Capítulo 20. La eterna tragedia. Humberto Porta Mencos, guatemalteco.

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¿El hombre he dicho…? ¿No es

acaso un ente inconforme,

cuya codicia es enorme

y le rige el interés?

¿De los siglos al través

no siempre se muestra igual?

¿No es su conducta amoral?

¿No es soberbio e imprudente?

¿Y no va constantemente

por el camino del mal?



El hombre es un raro ser

que permanece confuso,

habitando un mundo iluso

que no alcanza a comprender;

es esclavo del placer

al cual rinde vasallaje,

y se da al libertinaje

torpemente desmandado,

porque muy poco ha cambiado

desde su estado salvaje.



La avaricia, desmedida,

le mantiene insatisfecho,

y vive siempre en acecho,

listo a toda acometida;

la perfidia en su alma anida,

su maldad es ancestral,

y por grande su caudal

que sea, se lanza al robo,

fingiendo ser bueno y probo,

correcto, justo y cabal.



La sed de lucro le exige

buscar otras nuevas vetas,

y de no encontrar repletas

de oro sus arcas, se aflige.

A la ganancia le erige

templos, y al Becerro de Oro,

le pide hincado un tesoro

por ser Dios del mundo entero,

pues sabe que sin dinero

de los parias entra al coro.



Sueña efímeras grandezas

de brillantes oropeles;

le seducen los laureles,

las atrevidas empresas.

Pero frustradas o aviesas

sus vanas empresas son,

y recto a la perdición

le conducen las pasiones,

y las negras aflicciones

le roen el corazón.



Oculta su hipocresía

bajo religiosa capa,

conjura, engaña y atrapa

por arraigada manía;

y a tal llega su osadía,

que hasta impone penitencias,

y con bulas e indulgencias

hace de su semejante,

un fanático ignorante

lleno de absurdas creencias.



Si le abate la pobreza

al rico insulta violento,

porque la envidia al momento

le hace perder la cabeza.

Y con abyecta bajeza

ataca el capitalismo,

predicando el comunismo

y entre todos la igualdad,

lleno de verbosidad.

¡En arranques de lirismo!



Se muestra humilde y sincero

al encontrarse caído,

porque se mira perdido

y se cree un pordiosero;

pero se vuelve altanero

al cambiar de posición;

porque esa es la condición

de todo el género humano,

cuando el torpe orgullo vano

le perturba la razón.



Doctrinas nuevas implanta;

de gobierno otros sistemas;

mas por ideas extremas

en su empresa no adelanta.

¡Y su ciencia! es ciencia tanta

que lo llega a confundir,

y no puede discurrir

tal como hiciéralo antaño;

y es porque el hombre de hogaño

solo vive por vivir.



Mas pretende haber sondeado

todo el fondo de los mares;

las regiones estelares

medido bien y explorado;

y los vientos dominado

al hender el firmamento;

y no hallándose contento

aún con tanta invención,

aumentando su ambición

corre tras de un nuevo invento.



Y es hasta absurdo creer

que siendo de un mundo dueño,

le parezca tan pequeño

que otro desee obtener;

pues no creyendo caber

ya en él, se pone a estudiar

la manera de inventar

la máquina prodigiosa,

que rauda y vertiginosa

a otro mundo ha de volar.



Si le punza el aguijón

desesperante del tedio,

y no le halla buen remedio,

se acrecienta su aflicción;

y si la resolución

no encuentra de sus problemas,

los que para él son dilemas

que turban su entendimiento,

airado lanza al momento

improperios y anatemas.



Siendo altanero y bizarro

hace arder, en humo denso,

de adulación el incienso

ante un ídolo de barro,

se le ve tirar del carro

del dominador que aterra,

que pasando, en son de guerra,

con la refulgente espada,

hasta el puño ensangrentada,

hundir pretende la tierra.



Y trama conspiraciones

en países sosegados,

los que luego amotinados

en cruentas revoluciones,

o diarias perturbaciones

se mantienen en zozobra;

por la nefasta maniobra

de hacer que hermanos y hermanos,

se destrocen inhumanos;

y él, ¡Recreándose en su obra!



Con egoístas fronteras

tiene al mundo parcelado,

así como en el pasado

que habitaba entre las fieras.

Ya en esas remotas eras

tribus extensas formaba,

y cada clan se encontraba

por un patriarca regido,

que respetado y temido

omnímodo se mostraba.



Ya en el poder colocado

olvida a sus servidores

y rodeado de traidores,

a morir ha condenado

a los que le han elevado

acusado de traición.

Y sin ninguna razón,

encarcela, roba, mata,

y en esta tarea ingrata

siembra llanto y confusión.



Hasta el día que el sufrido

pueblo,

que ha callado tanto,

presa de terror y espanto,

se vuelve cual león herido

contra el amo aborrecido;

y al grito de: ¡Guerra! ¡Guerra!

Que a los serviles aterra,

de aquel pueblo el justo encono,

derrumbando el frágil trono,

lanza al tirano por tierra.



Por miedo al desconocido

misterio eterno…, velado…,

el hombre atemorizado

se mantiene y ha vivido…

¿Y su origen…? Escondido

siempre permanecerá,

y por más que busque ya

su principio de existencia,

nunca con su humana ciencia

su origen encontrará…



Vive del encanto triste

de la visión de la vida,

sin saber que está escondida

la perfidia que subsiste,

del encanto no desiste

e impulsado por su ideal

aunque sufra todo el mal

que causa es de desengaños,

quiere prolongar sus años

y anhela ser inmortal.



La paz que ansía no alcanza

y la dicha se le esfuma,

su mismo existir le abruma,

y halla en su desesperanza

tanta malaventuranza

que, al final, todo le asedia;

pues sus males no remedia

y no sacia su ambición:

¡Porque el hombre, en conclusión,

vive una ETERNA TRAGEDIA!



  


(Chiquimula, 14 de julio de 1901 – Ciudad de Guatemala, 16 de marzo de 1968) fue un poeta, periodista y escritor guatemalteco.


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