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¿El hombre he dicho…? ¿No es
acaso un ente inconforme,
cuya codicia es enorme
y le rige el interés?
¿De los siglos al través
no siempre se muestra igual?
¿No es su conducta amoral?
¿No es soberbio e imprudente?
¿Y no va constantemente
por el camino del mal?
El hombre es un raro ser
que permanece confuso,
habitando un mundo iluso
que no alcanza a comprender;
es esclavo del placer
al cual rinde vasallaje,
y se da al libertinaje
torpemente desmandado,
porque muy poco ha cambiado
desde su estado salvaje.
La avaricia, desmedida,
le mantiene insatisfecho,
y vive siempre en acecho,
listo a toda acometida;
la perfidia en su alma anida,
su maldad es ancestral,
y por grande su caudal
que sea, se lanza al robo,
fingiendo ser bueno y probo,
correcto, justo y cabal.
La sed de lucro le exige
buscar otras nuevas vetas,
y de no encontrar repletas
de oro sus arcas, se aflige.
A la ganancia le erige
templos, y al Becerro de Oro,
le pide hincado un tesoro
por ser Dios del mundo entero,
pues sabe que sin dinero
de los parias entra al coro.
Sueña efímeras grandezas
de brillantes oropeles;
le seducen los laureles,
las atrevidas empresas.
Pero frustradas o aviesas
sus vanas empresas son,
y recto a la perdición
le conducen las pasiones,
y las negras aflicciones
le roen el corazón.
Oculta su hipocresía
bajo religiosa capa,
conjura, engaña y atrapa
por arraigada manía;
y a tal llega su osadía,
que hasta impone penitencias,
y con bulas e indulgencias
hace de su semejante,
un fanático ignorante
lleno de absurdas creencias.
Si le abate la pobreza
al rico insulta violento,
porque la envidia al momento
le hace perder la cabeza.
Y con abyecta bajeza
ataca el capitalismo,
predicando el comunismo
y entre todos la igualdad,
lleno de verbosidad.
¡En arranques de lirismo!
Se muestra humilde y sincero
al encontrarse caído,
porque se mira perdido
y se cree un pordiosero;
pero se vuelve altanero
al cambiar de posición;
porque esa es la condición
de todo el género humano,
cuando el torpe orgullo vano
le perturba la razón.
Doctrinas nuevas implanta;
de gobierno otros sistemas;
mas por ideas extremas
en su empresa no adelanta.
¡Y su ciencia! es ciencia tanta
que lo llega a confundir,
y no puede discurrir
tal como hiciéralo antaño;
y es porque el hombre de hogaño
solo vive por vivir.
Mas pretende haber sondeado
todo el fondo de los mares;
las regiones estelares
medido bien y explorado;
y los vientos dominado
al hender el firmamento;
y no hallándose contento
aún con tanta invención,
aumentando su ambición
corre tras de un nuevo invento.
Y es hasta absurdo creer
que siendo de un mundo dueño,
le parezca tan pequeño
que otro desee obtener;
pues no creyendo caber
ya en él, se pone a estudiar
la manera de inventar
la máquina prodigiosa,
que rauda y vertiginosa
a otro mundo ha de volar.
Si le punza el aguijón
desesperante del tedio,
y no le halla buen remedio,
se acrecienta su aflicción;
y si la resolución
no encuentra de sus problemas,
los que para él son dilemas
que turban su entendimiento,
airado lanza al momento
improperios y anatemas.
Siendo altanero y bizarro
hace arder, en humo denso,
de adulación el incienso
ante un ídolo de barro,
se le ve tirar del carro
del dominador que aterra,
que pasando, en son de guerra,
con la refulgente espada,
hasta el puño ensangrentada,
hundir pretende la tierra.
Y trama conspiraciones
en países sosegados,
los que luego amotinados
en cruentas revoluciones,
o diarias perturbaciones
se mantienen en zozobra;
por la nefasta maniobra
de hacer que hermanos y hermanos,
se destrocen inhumanos;
y él, ¡Recreándose en su obra!
Con egoístas fronteras
tiene al mundo parcelado,
así como en el pasado
que habitaba entre las fieras.
Ya en esas remotas eras
tribus extensas formaba,
y cada clan se encontraba
por un patriarca regido,
que respetado y temido
omnímodo se mostraba.
Ya en el poder colocado
olvida a sus servidores
y rodeado de traidores,
a morir ha condenado
a los que le han elevado
acusado de traición.
Y sin ninguna razón,
encarcela, roba, mata,
y en esta tarea ingrata
siembra llanto y confusión.
Hasta el día que el sufrido
pueblo,
que ha callado tanto,
presa de terror y espanto,
se vuelve cual león herido
contra el amo aborrecido;
y al grito de: ¡Guerra! ¡Guerra!
Que a los serviles aterra,
de aquel pueblo el justo encono,
derrumbando el frágil trono,
lanza al tirano por tierra.
Por miedo al desconocido
misterio eterno…, velado…,
el hombre atemorizado
se mantiene y ha vivido…
¿Y su origen…? Escondido
siempre permanecerá,
y por más que busque ya
su principio de existencia,
nunca con su humana ciencia
su origen encontrará…
Vive del encanto triste
de la visión de la vida,
sin saber que está escondida
la perfidia que subsiste,
del encanto no desiste
e impulsado por su ideal
aunque sufra todo el mal
que causa es de desengaños,
quiere prolongar sus años
y anhela ser inmortal.
La paz que ansía no alcanza
y la dicha se le esfuma,
su mismo existir le abruma,
y halla en su desesperanza
tanta malaventuranza
que, al final, todo le asedia;
pues sus males no remedia
y no sacia su ambición:
¡Porque el hombre, en conclusión,
vive una ETERNA TRAGEDIA!
acaso un ente inconforme,
cuya codicia es enorme
y le rige el interés?
¿De los siglos al través
no siempre se muestra igual?
¿No es su conducta amoral?
¿No es soberbio e imprudente?
¿Y no va constantemente
por el camino del mal?
El hombre es un raro ser
que permanece confuso,
habitando un mundo iluso
que no alcanza a comprender;
es esclavo del placer
al cual rinde vasallaje,
y se da al libertinaje
torpemente desmandado,
porque muy poco ha cambiado
desde su estado salvaje.
La avaricia, desmedida,
le mantiene insatisfecho,
y vive siempre en acecho,
listo a toda acometida;
la perfidia en su alma anida,
su maldad es ancestral,
y por grande su caudal
que sea, se lanza al robo,
fingiendo ser bueno y probo,
correcto, justo y cabal.
La sed de lucro le exige
buscar otras nuevas vetas,
y de no encontrar repletas
de oro sus arcas, se aflige.
A la ganancia le erige
templos, y al Becerro de Oro,
le pide hincado un tesoro
por ser Dios del mundo entero,
pues sabe que sin dinero
de los parias entra al coro.
Sueña efímeras grandezas
de brillantes oropeles;
le seducen los laureles,
las atrevidas empresas.
Pero frustradas o aviesas
sus vanas empresas son,
y recto a la perdición
le conducen las pasiones,
y las negras aflicciones
le roen el corazón.
Oculta su hipocresía
bajo religiosa capa,
conjura, engaña y atrapa
por arraigada manía;
y a tal llega su osadía,
que hasta impone penitencias,
y con bulas e indulgencias
hace de su semejante,
un fanático ignorante
lleno de absurdas creencias.
Si le abate la pobreza
al rico insulta violento,
porque la envidia al momento
le hace perder la cabeza.
Y con abyecta bajeza
ataca el capitalismo,
predicando el comunismo
y entre todos la igualdad,
lleno de verbosidad.
¡En arranques de lirismo!
Se muestra humilde y sincero
al encontrarse caído,
porque se mira perdido
y se cree un pordiosero;
pero se vuelve altanero
al cambiar de posición;
porque esa es la condición
de todo el género humano,
cuando el torpe orgullo vano
le perturba la razón.
Doctrinas nuevas implanta;
de gobierno otros sistemas;
mas por ideas extremas
en su empresa no adelanta.
¡Y su ciencia! es ciencia tanta
que lo llega a confundir,
y no puede discurrir
tal como hiciéralo antaño;
y es porque el hombre de hogaño
solo vive por vivir.
Mas pretende haber sondeado
todo el fondo de los mares;
las regiones estelares
medido bien y explorado;
y los vientos dominado
al hender el firmamento;
y no hallándose contento
aún con tanta invención,
aumentando su ambición
corre tras de un nuevo invento.
Y es hasta absurdo creer
que siendo de un mundo dueño,
le parezca tan pequeño
que otro desee obtener;
pues no creyendo caber
ya en él, se pone a estudiar
la manera de inventar
la máquina prodigiosa,
que rauda y vertiginosa
a otro mundo ha de volar.
Si le punza el aguijón
desesperante del tedio,
y no le halla buen remedio,
se acrecienta su aflicción;
y si la resolución
no encuentra de sus problemas,
los que para él son dilemas
que turban su entendimiento,
airado lanza al momento
improperios y anatemas.
Siendo altanero y bizarro
hace arder, en humo denso,
de adulación el incienso
ante un ídolo de barro,
se le ve tirar del carro
del dominador que aterra,
que pasando, en son de guerra,
con la refulgente espada,
hasta el puño ensangrentada,
hundir pretende la tierra.
Y trama conspiraciones
en países sosegados,
los que luego amotinados
en cruentas revoluciones,
o diarias perturbaciones
se mantienen en zozobra;
por la nefasta maniobra
de hacer que hermanos y hermanos,
se destrocen inhumanos;
y él, ¡Recreándose en su obra!
Con egoístas fronteras
tiene al mundo parcelado,
así como en el pasado
que habitaba entre las fieras.
Ya en esas remotas eras
tribus extensas formaba,
y cada clan se encontraba
por un patriarca regido,
que respetado y temido
omnímodo se mostraba.
Ya en el poder colocado
olvida a sus servidores
y rodeado de traidores,
a morir ha condenado
a los que le han elevado
acusado de traición.
Y sin ninguna razón,
encarcela, roba, mata,
y en esta tarea ingrata
siembra llanto y confusión.
Hasta el día que el sufrido
pueblo,
que ha callado tanto,
presa de terror y espanto,
se vuelve cual león herido
contra el amo aborrecido;
y al grito de: ¡Guerra! ¡Guerra!
Que a los serviles aterra,
de aquel pueblo el justo encono,
derrumbando el frágil trono,
lanza al tirano por tierra.
Por miedo al desconocido
misterio eterno…, velado…,
el hombre atemorizado
se mantiene y ha vivido…
¿Y su origen…? Escondido
siempre permanecerá,
y por más que busque ya
su principio de existencia,
nunca con su humana ciencia
su origen encontrará…
Vive del encanto triste
de la visión de la vida,
sin saber que está escondida
la perfidia que subsiste,
del encanto no desiste
e impulsado por su ideal
aunque sufra todo el mal
que causa es de desengaños,
quiere prolongar sus años
y anhela ser inmortal.
La paz que ansía no alcanza
y la dicha se le esfuma,
su mismo existir le abruma,
y halla en su desesperanza
tanta malaventuranza
que, al final, todo le asedia;
pues sus males no remedia
y no sacia su ambición:
¡Porque el hombre, en conclusión,
vive una ETERNA TRAGEDIA!
(Chiquimula, 14 de julio de 1901 – Ciudad de Guatemala, 16 de marzo de 1968) fue un poeta, periodista y escritor guatemalteco.
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