Hace muchos años en la India, vivía una mujer llamada Kisa.
Cuando su pequeño hijo murió, no quería aceptar la realidad, y comenzó a buscar por todos lados alguna medicina que le pudiera devolver la vida.
Los vecinos sentían mucha lástima y preocupación, al ver que no podían ayudarla. Vieron cómo la mujer había perdido la razón, pues nadie podía resucitar a un muerto. Finalmente encontró un hombre que le dio una esperanza.
-Yo no puedo darte una medicina para tu hijo, pero sé quién puede dártela.
-Por favor, ¡Dime quién es! – le pidió la angustiada mujer.
-Ve a pedírsela al sabio anciano…-contestó aquel hombre.
Así que Kisa se fue a toda prisa a buscar al anciano y le imploró:
-Te suplico que me des una medicina para mi hijo.
El sabio contestó:
-Necesito solamente una pequeña semilla de mostaza. Pero debe venir de una casa donde nunca hayan perdido a un hijo, un esposo, una esposa o un amigo cercano.
La mujer fue, casa por casa, pidiendo la semilla de mostaza. Aún en las familias más pobres querían darle la semilla, pero cuando ella les preguntaba si en esa casa había muerto alguien, se daba cuenta de que en todas las casas alguna persona amada había muerto.
Finalmente la mujer comprendió que la muerte es común a todos nosotros. Que no existe ninguna forma de que aquellos que hemos nacido la evitemos, pues es parte de nuestra naturaleza.
Con su mente en paz, enterró a su hijo, y volvió a visitar al sabio anciano para darle las gracias por haber compartido con ella su sabiduría.
Cuando su pequeño hijo murió, no quería aceptar la realidad, y comenzó a buscar por todos lados alguna medicina que le pudiera devolver la vida.
Los vecinos sentían mucha lástima y preocupación, al ver que no podían ayudarla. Vieron cómo la mujer había perdido la razón, pues nadie podía resucitar a un muerto. Finalmente encontró un hombre que le dio una esperanza.
-Yo no puedo darte una medicina para tu hijo, pero sé quién puede dártela.
-Por favor, ¡Dime quién es! – le pidió la angustiada mujer.
-Ve a pedírsela al sabio anciano…-contestó aquel hombre.
Así que Kisa se fue a toda prisa a buscar al anciano y le imploró:
-Te suplico que me des una medicina para mi hijo.
El sabio contestó:
-Necesito solamente una pequeña semilla de mostaza. Pero debe venir de una casa donde nunca hayan perdido a un hijo, un esposo, una esposa o un amigo cercano.
La mujer fue, casa por casa, pidiendo la semilla de mostaza. Aún en las familias más pobres querían darle la semilla, pero cuando ella les preguntaba si en esa casa había muerto alguien, se daba cuenta de que en todas las casas alguna persona amada había muerto.
Finalmente la mujer comprendió que la muerte es común a todos nosotros. Que no existe ninguna forma de que aquellos que hemos nacido la evitemos, pues es parte de nuestra naturaleza.
Con su mente en paz, enterró a su hijo, y volvió a visitar al sabio anciano para darle las gracias por haber compartido con ella su sabiduría.
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