Pequeña
fábula que nos enseña que es sumamente importante que controlemos nuestras
palabras, al igual que nuestros pensamientos, porque no somos conscientes del
impacto que ello puede tener en nuestras vidas o en las de los demás.
Había una
vez un niño con muy mal carácter, siempre estaba enojado y era raro verlo
sonreír, ya que siempre estaba de mal talante.
Su padre
le dio una bolsa llena de clavos y le dijo que clavara uno en la cerca del
jardín cada vez que, por alguna razón, perdiera la paciencia y se disgustara
con alguien.
El primer
día clavó 37 clavos.
Pero con
el transcurso de las semanas, aprendió a controlarse y el número de clavos
incrustados en la cerca disminuyó día tras día: Había descubierto que era más
fácil controlarse que clavar clavos en la cerca.
Semanas
después fue a ver a su padre y le dijo que durante todo ese día no había tenido
que clavar ni un solo clavo.
Su padre
le dijo entonces que, a partir de ese momento, quitara un clavo de la cerca por
cada día que pasara sin que perdiera la paciencia.
Los días
pasaron y finalmente el niño pudo decirle a su padre que había arrancado todos
los clavos de la valla.
El padre
condujo a su hijo a la cerca y le dijo:
"Hijo
mío, te has comportado bien, pero mira todos los agujeros que hay en la cerca.
Esta valla jamás volverá a ser como antes. Cuando te peleas con alguien y le
dices algo que le hiere o le maltrata, le causas una herida como
ésta."
"Puedes
clavar un cuchillo en un hombre y después retirarlo, pero quedará siempre una
herida. Sin importar cuantas veces te disculpes, la cicatriz
permanecerá."
Una
herida verbal hace tanto daño como una herida física.
"Uno
no vive de lo que come, sino solamente de lo que digiere. Principio tan cierto
para el cuerpo, como para el espíritu." Benjamín Franklin.
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