Relataba aquél hombre todavía joven:
Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve. Entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí sábados ni domingo; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio.
Trabajaba día y noche. Mi único fin era el dinero, y no me paraba en nada para conseguirlo.
Quería darles a mis hijos lo que yo nunca tuve.
Lo interrumpió alguien:
- ¿Y lograste lo que te propusiste?
- Claro que sí- Contestó el hombre.
Yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar con ellos y entenderlos. Ese es el padre que yo les di a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario