“Me dirijo a vosotros, jóvenes de todos los países. Sed intransigentes en el deber de amar. No cedáis, no admitáis restricciones, no volváis atrás.
Reíd de aquellos que os hablan de prudencia, de oportunidad, de cuantos procuran mantener el equilibrio, de aquellos miserables muestras del “justo medio”.
Y, sobre todo, creed en la bondad del mundo. En el corazón de cada hombre existen prodigiosos tesoros de amor: a vosotros toca descubrirlos. La mayor desventura que podría tocaros sería la de no ser útiles a nadie y que vuestra vida no sirviera para nada.
Sed valientes y exigentes. Con la conciencia y el deber de crear felicidad para todos los hombres, no os dejéis enterrar bajo la arena movible de los impotentes.
Luchad con valor. Obrad siempre y rectamente. No permitáis deslealtad alrededor vuestro. Sed vosotros mismos y seréis victoriosos…”
Reíd de aquellos que os hablan de prudencia, de oportunidad, de cuantos procuran mantener el equilibrio, de aquellos miserables muestras del “justo medio”.
Y, sobre todo, creed en la bondad del mundo. En el corazón de cada hombre existen prodigiosos tesoros de amor: a vosotros toca descubrirlos. La mayor desventura que podría tocaros sería la de no ser útiles a nadie y que vuestra vida no sirviera para nada.
Sed valientes y exigentes. Con la conciencia y el deber de crear felicidad para todos los hombres, no os dejéis enterrar bajo la arena movible de los impotentes.
Luchad con valor. Obrad siempre y rectamente. No permitáis deslealtad alrededor vuestro. Sed vosotros mismos y seréis victoriosos…”
Raúl Follereau nació el 17 de agosto de 1903 en Nevers (Francia) y murió en Paris el 6 de diciembre de 1977. Estudió filosofía y derecho en la Sorbana de París e inició una brillante carrera literaria como dramaturgo y periodista.
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