Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

25 agosto, 2017

542. La revista... Michel Quoist, francés.

El cuerpo es materia, pero es obra de Dios. Y está ennoblecido por el espíritu.

Para el cristiano que guarda en su interior la vida divina, su cuerpo es nada menos que templo del Espíritu Santo y miembro de Cristo. En esto está tu dignidad y quien lo rebaja o lo ensucia insulta al mismo Dios.



¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios

habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo

destruirá. Porque el templo de Dios es santo y este templo sois

vosotros. (1 Cor 3,16-17)

Si alguno me ama... vendremos a él y en él nos aposentaremos.

(Ja 14,23)

Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros los unos de

los otros. (1 Cor 12,27)

Voy a declararos un misterio... todos seremos transformados...

Los muertos resucitarán incorruptibles. (1 Cor 15,51-53)

Y el verbo se hizo carne. (Jn 1,14)

* *

Esta revista me abochorna, Señor,

en ella me parece que Tú eres profundamente

herido en tu infinita pureza.

Los oficinistas han escotado para suscribirse,

el botones se ha dado un sofocón para ir a comprarla,

ha dado muchas vueltas hasta encontrarla,

y ya está aquí.

Sobre el papel brillante los cuerpos se ofrecen baratamente

prostituidos.

Ahora van a pasar de mano en mano, de despacho

en despacho,

acariciados con la mirada, suscitando sonrisas, excitando

pasiones, desencadenando sentidos.

Cuerpos-cosas, sin alma,

juguetes para adultos de corazón podrido.

¡Y hay que ver, Señor, lo bello que es un cuerpo

humano!

Desde el fondo de los siglos, Tú, artista incomparable,

proyectabas el modelo, pensando que un día Tú

desposarías este cuerpo humano al desposar nuestra

naturaleza.

Mimosamente lo moldearon tus manos poderosas y le

infundiste el alma en la materia inerte.

Desde entonces, Señor, Tú nos pediste que respetáramos

la carne, pues toda ella es portadora de

espíritu,

y gracias a este cuerpo generoso podemos hoy

nosotros enlazar nuestras almas a las de nuestros

prójimos.

Las palabras, en largos convoys de sílabas, encarrilan

nuestra alma hacia la del vecino,

la sonrisa saca a flote nuestra alma al borde de los

labios

y la mirada es como el balcón de nuestros cuerpos.

El apretón de manos da nuestra alma al amigo

y el lazo y la unión de los esposos funde dos

almas para sacar a luz una tercera en una tercer

cuerpo.

Pero a Ti, Señor, aún te pareció poco el hacer de

nuestra carne el sacramento del espíritu.

Por tu Gracia el cuerpo del cristiano se convierte en

sagrado y pasa a ser un templo de la Trinidad.

Todo Dios en toda nuestra alma

y toda nuestra alma en todo nuestro cuerpo.

¡Oh dignidad suprema de este cuerpo magnífico:

miembro de su Señor, portador de su Dios!

Mira ahora, Señor, mientras la noche cae,

el cuerpo de tus hombres dormidos:

el cuerpo puro del chiquitín,

el cuerpo manchado de la mujer de la vida,

el vigoroso cuerpo del atleta,

el cuerpo reventado del obrero de la fábrica,

el cuerpo relajado del esposo,

el sensual del mujeriego,

el cuerpo harto del rico,

el maltrecho del pobre,

el golpeado del chico del arroyo,

el cuerpo calenturiento del enfermo,

el dolorido del accidentado,

el cuerpo inmóvil del paralítico,

todos los cuerpos, de todas las edades y tamaños.

He aquí el cuerpo caliente del frágil bebé, despegado

como un fruto maduro del cuerpo de la madre,

el cuerpo del chiquillo que se cae, y se levanta

chupando ya la roja sangre.

He aquí el hervidero del cuerpo del muchacho que

apenas puede comprender lo hermoso de un cuerpo

que crece.

He aquí el cuerpo de la joven esposa hecho don al

esposo,

he aquí el cuerpo del hombre maduro, orgulloso

de su fuerza,

he aquí el cuerpo del anciano que lentamente se

apaga.

Yo te ofrezco, Señor, todos los cuerpos y te pido que

los bendigas mientras viven callados envueltos en la

noche.

Son tuyos, Señor, abandonados ante Ti con su alma

adormecida.

Mañana, brutalmente sacudidos, deberán reemprender

su servicio.

Haz que «sirvan», Señor, y no se hagan servir,

que sean casas abiertas y no cárceles,

templos vivos de Dios y no sepulcros.

Que sean respetados, que crezcan, y que los que los

visten los purifiquen y los transfiguren

y que, fieles amigos, volvamos a encontrarlos al

final de los tiempos, iluminados por la belleza de

las almas.

Ante Ti, Señor, y ante tu Madre,

puesto que Ella y Tú sois de los nuestros,

puesto que todos los cuerpos de los hombres

son, también ellos, bienaventurados

y se les invitó a tu eterno cielo.

 

Michel Quoist (Le Havre18 de junio de 1921ibíd., 18 de diciembre de 1997) fue un presbíteroteólogosociólogo y escritorcatólico francés. De origen obrero y ordenado sacerdote en 1947, Michel Quoist se doctoró en La Sorbona de París. 

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