No podía dar crédito a
mis ojos cuando vi el nombre de la tienda:
LA TIENDA DE LA VERDAD.
Así que allí
vendían verdad. La correctísima dependienta me preguntó qué clase de verdad
deseaba yo comprar:
verdad parcial o verdad plena.
Respondí que, por supuesto,
verdad plena. No quería fraudes, ni apologías, ni racionalizaciones. Lo que
deseaba era mi verdad desnuda, clara y absoluta.
La dependienta me
condujo a otra sección del establecimiento en la que se vendía la verdad plena.
El vendedor que
trabajaba en aquella sección me miró compasivamente y me señaló la etiqueta en
la que figuraba el precio. «El precio es muy elevado, señor», me dijo. « ¿Cuál
es?», le pregunté yo, decidido a adquirir la verdad plena a cualquier precio.
«Si usted se la lleva», me dijo, «el precio consiste en no tener ya descanso
durante el resto de su vida».
Salí de la tienda
entristecido. Había pensado que podría adquirir la verdad plena a bajo precio.
Aún no estoy listo para la Verdad. De vez en cuando ansío la paz y el descanso.
Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo con mis justificaciones y mis
racionalizaciones. Sigo buscando aún el refugio de mis creencias
incontestables.
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