Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

15 junio, 2021

856. El corazón de la oscuridad.

Hapo zamani palikuwa mtu mpofu.  

Érase una vez un hombre que era ciego. Y sin embargo este joven, Mapofu, tenía una habilidad extraordinariamente buena para la caza. Era capaz de olfatear el agua a cien pasos de distancia, de detectar la presencia de un ciervo y oír un peligro antes de que estuviera demasiado cerca.

 

Después de que su hermana se casara, el joven ciego y su cuñado salieron juntos de cacería. Una vez en la selva, procedieron a colocar sus trampas. El ciego cubrió las suyas con hierbas y pequeñas ramas haciendo uso de una asombrosa habilidad e ingenio. Pero, cuando pensó que no se daba cuenta, el cuñado fue apartando con el pie el hábil camuflaje construido por su compañero ciego. 

“¿Cómo se va enterar jamás, si no puede ver nada?”, pensó para sus adentros.

 

Al día siguiente, volvieron a la selva para revisar las trampas. En la trampa del cuñado había caído un escuálido dik-dik de patas cortas y zanquivanas y un pelaje raquítico. Pero en la trampa del ciego había un joven kudu, el más espléndido de los antílopes, con una hermosa cornamenta y una piel cuya calidad sería la vergüenza de un leopardo. El cuñado sabía lo mucho que valdría esa piel en el mercado, por lo que, cuando sacó a los animales de las trampas, arteramente los cambió, dándole el escuálido dik-dik a su compañero de caza. Mapofu cogió el antílope diminuto, le pasó suavemente la mano por encima y lo metió en su saco de yute.

 

Durante el camino de vuelta a casa, los dos hombres fueron hablando de muchas cosas, incluida una reciente disputa entre vecinos por un problema de delimitación de propiedades. El cuñado estaba impresionado por las observaciones tan inteligentes del joven ciego y le preguntó: 

“¿Por qué se pelea la gente? ¿Por qué disputan?”.

 

“¿Kwa nini? Kwa sababu wanafanya sawa-sawa umefanya”. “¿Qué por qué? Porque se hacen exactamente lo mismo que tú me acabas de hacer a mí”.

 

El cuñado se sintió profundamente avergonzado. Se detuvo y cogió el saco de yute del joven ciego. Se quitó el kudu que llevaba a sus espaldas y se lo colocó en los hombros a Mapofu. 

“Estoy profundamente avergonzado. El corazón se me ha vuelto de piedra. Perdóname”.

 

Los dos hombres siguieron caminando en silencio durante algún tiempo. 

“Por favor, dime”, preguntó el cuñado amablemente, “¿Cómo hace la gente para poner fin a una pelea? ¿Qué hay que hacer para que vuelvan a ser amigos?”.

 

Mapofu sonrió de un modo que los ojos le brillaron como los glaciares del Kilimanjaro, y contestó: 

“Rafiki yangu, wanafanya sawa-sawa umefanya”. “Amigo mío, hacen exactamente lo que tú me acabas de hacer a mí”.

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