Pregunta 45
El tema de los valores está de moda. En todos lados
escuchamos hablar de ellos y numerosas instituciones de
todo tipo ofrecen cursos de valores y cosas por el estilo.
¡Qué bueno! Eso es maravilloso y es una gran aportación a
la familia y a la sociedad.
Por cuestiones de mi trabajo profesional, viajo a muchas
ciudades, y prácticamente en todas encuentro que se
están llevando a cabo diversos programas sobre valores
(cursos para padres, para maestros, para niños y jóvenes,
congresos, etcétera); he revisado con detenimiento
algunos de esos programas y me parecen verdaderamente
interesantes. Sin embargo, siempre me quedo con la
impresión de que a los adultos no nos acaba de quedar
claro que los valores se enseñan SIENDO, no HABLANDO
de ellos. Que nuestros niños y jóvenes los aprenden de lo
que SOMOS, no de lo que DECIMOS.
Con frecuencia encuentro tremendas incongruencias en
algunas de esas instituciones—ya sean gubernamentales o
privadas— que organizan eventos sobre valores (o más
bien dicho, en las personas que las dirigen), tajes como
incumplir acuerdos y compromisos hechos conmigo y
otros profesionales, o llegar tardísimo al "evento de
valores" haciendo esperar a todos los asistentes. ¿Qué no
se dan cuenta de que sus acciones no tienen nada que ver
con el valor de la puntualidad, la responsabilidad, la
honestidad y la integridad? Cuando les he cuestionado
esto, por supuesto se ofenden, tal como hacen todas las
personas inmaduras que detestan reconocer sus errores.
Podemos estar seguros de que si nosotros los adultos no
SOMOS lo que deseamos enseñar a nuestros niños y
jóvenes, ellos no lo aprenderán. Los resultados de todos
esos programas sobre valores que con tanto esfuerzo (y a
veces alto presupuesto) se llevan a cabo, serán niños y
jóvenes con mucha información, pero sin valores.
Constantemente, tus hijos están captando, en diversos
niveles de conciencia, lo que haces y dices: si regresas el
cambio que te dieron de más o te lo quedas; si dices la
verdad o mientes; si cuando cometes un error lo aceptas
y pides perdón o inventas excusas para justificarte o para
culpar a otro; si cumples lo que dices, etcétera.
También es muy importante que comprendamos lo que es
un valor en su más amplio y profundo significado. Es
mucho más que una creencia o una preferencia; es una
fuerza interna que nos conduce y nos mueve a actuar y a
ser. Con frecuencia suponemos que tenemos un
determinado valor y en realidad no es tal, sino sólo una
creencia. Para que un valor sea eso, es necesario que
cumpla con ciertas condiciones:
La persona es congruente con ese valor en lo que hace,
dice, piensa y siente, y lo sostiene y afirma tanto en
privado como en público, en lugar de modificarlo según
las circunstancias o las personas con las que interactúa.
Asimismo, la persona ha elegido ese valor de manera
consciente y por propia voluntad y no porque alguien le
dijo o enseñó que hay que ser así para que no nos lleven
a la cárcel o al infierno.
Y aun cuando tenga varias alternativas, la persona elige
la que es congruente con el valor que ella tiene. Veamos
un ejemplo: alguien que tiene el valor de la honestidad
se encuentra una cartera con los datos del propietario
bien claros en la tarjeta de identificación. Tal vez por un
momento se le ocurra quedarse con ella porque quizá
necesita el dinero, pero su honestidad prevalece y decide
regresarla.
Otra característica de un valor es que se aplica a uno
mismo, de forma tal que si la persona es honesta, justa,
comprometida, solidaria o fiel con otros, también es
honesta, justa, comprometida, solidaria y fiel consigo
misma.
Yo insisto y enfatizo: no te preocupes por enseñar valores
a tus hijos ni por darles sermones sobre ellos; sólo
ocúpate de SER realmente auténtico y congruente con tus
propios valores, y ten por seguro que tus hijos también
los tendrán.
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