Todavía estoy aceptando mi derrota
como si nunca, como si ahora
fuera lo que nunca creí posible.
Como si hubiese cesado la sombra
y desde ahora creciera la luz. Su voz
es como el faro de noches de frío
después de una larga tormenta.
En su pecho bajaré la guardia,
no habrá más que aceptar su destreza
al robar mi corazón, mi alma,
la razón y quizá no la devuelva.
Estoy dócil, hablo quedo, pienso…
derribé mis propias murallas.
Solo quiero suave su aliento
respirar. Encontré al fin la calma.
Fui vencido en mi propio juego
del que dije: “Es fácil ganar.
Solo no mires al suelo
y seguro que no caerás.”
Quedé sin coraza
que me protegiera,
hoy no hago más que soñar
y esperar ver sus manos,
ir casi a tientas, para no mirar
sus ojos, que poseen el fuego
infinito de la eternidad.
Que sin tocar quema.
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