Me dijo mi pequeña flor
de mágica rareza,
mientras me miraba
fijo: "Es mejor si te alejas...
No hay motivo, ni razón,
mi gran jardinero
para que me mires,
ni me cuides; no creas
que soy lo que ves.
Soy estrella de fuego
que cayó de una guerra
entre el cielo y la luz".
Y quise abrazarla.
Y soñé con quemarme
hasta que doliera.
Duele, mi flor azul.
Y mientras el cielo
se iba nublando
dijo aún riendo:
"No te acerques tanto...
Mi cielo trae fuerza,
nubes, tormentas.
¡Demonio celeste!
Si tan solo supieras...
Todo estaba tranquilo,
encendiste una hoguera.
Ahora todo arde, lo sabes.
¿Puedes ver cómo quema?".
Y seguí ahí, como queriendo
inventar lo que dice un cuento.
En el jardín, bajo el verde del pino
dijo: "Te mostraré, jardinero,
lo que todos temen mostrar,
lo que corre en mi savia: veneno.
He afrontado inviernos; es más,
vinieron plagas, hongos, insectos;
que prefiero la soledad.
Te mostré mi yo para alejarte.
Ya no alimentes mis raíces,
me hace daño creer, soñar,
si mi fuego podría quemarte.
Me hiciste feliz, lo haces,
que no puedo atarte a mí.
Corre, no debes mirarme
ni volver a creer que sí.
Hazlo, cultiva otras flores
de tu vasto jardín; no regreses,
mi perfume es mejor olvidar".
Flor de fuego, le dije: "Así será".
Mas ella no sabía entonces,
que hace tiempo atrás
ya la estaba admirando,
ya había visto su fuego arder
y su luz querían mis manos
como si tan solo pudiera
tener lo que antes soñé.
Se alejaba sin quererlo.
Y me fuí. No hubo adiós.
Y su luz se volvió eternidad.
"Fue perfecto" dijo. Ya no más.
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