Rhododendron

Rhododendron
Tsutsuji

08 agosto, 2021

917. Hombre planetario. Jorge Carrera Andrade, ecuatoriano.

I

 

Salgo a la calle como cada día.

Fantasma entre las casas me pregunto

el color de la hora, el rostro incierto

del azul que me mira

hasta arder en su fuego más recóndito.

La ciudad me cautiva, red de piedra.

Las calles me persiguen,

se congregan en torno

de las plazas de sol, grandes tambores

forrados con la piel

de cordero del cielo.

¿Soy ese hombre que mira desde el puente

los relumbres del río

vitrina de las nubes?

Fui Ulises, Parsifal,

Hamlet y Segismundo y muchos otros

antes de ser el personaje adusto

con un gabán de viento que atraviesa

el teatro de la calle.

 

 

II

 

Camino, mas no avanzo.

Mis pasos me conducen a la nada

por una calle, tumba de hojas secas

o sucesión de puertas condenadas.

¿Soy esa sombra sola

que aparece de pronto sobre el vidrio

de los escaparates?

¿O aquel hombre que pasa

y que entra siempre por la misma puerta?

Me reconozco en todos, pero nunca

me encuentro en donde estoy. No voy conmigo

sino muy pocas veces, a escondidas.

Me busco casi siempre sin hallarme

y mis monedas cuento a medianoche.

¿Malbaraté el caudal de mi existencia?

¿Dilapidé mi oro? Nada importa:

se pasa sin pagar al fin del viaje

la invisible frontera.

 

 

III

 

Lunes, puntual obrero, me visitas

con tu faz de domingo ya difunto

pero en verdad más martes que otro día.

El miércoles y el jueves son gemelos

perdidos en el fondo de ese túnel

con un rumor de ruedas y vajilla,

con pasos y con lluvia

que conduce hasta el viernes, puerta falsa

por donde llega el sábado

cómplice disfrazado de domingo,

inspector de las cuentas semanales

y también de caminos y jardines,

siempre dispuesto a levantarse tarde,

a recoger el sol sobre una silla

y a cerrar una puerta hacia el pasado.

 

 

IV

 

¿Soy sólo un rostro, un nombre

un mecanismo oscuro y misterioso

que responde a la planta y al lucero?

Yo sé que este armatoste de cal viva

con ropaje de polvo

que marca mi presencia entre los hombres

me acompaña de paso, ya que un día

irá a habitar el vacío

de mí bajo la tierra.

¿Qué mueve al mecanismo transitorio?

Soy sólo un visitante

y creo ser el dueño de casa de mi cuerpo,

nocturna madriguera iluminada

por un fulgor eterno.

 

 

V

 

Eternidad, te busco en cada cosa:

en la piedra quemada por los siglos

en el árbol que muere y que renace,

en el río que corre

sin volver atrás nunca.

Eternidad, te busco en el espacio,

en el cielo nocturno donde boga

el luminoso enjambre,

en el alba que vuelve

todos los días a la misma hora.

Eternidad, te busco en el minuto

disfrazado de pájaro

pero que es gota de agua

que cae y se renueva

sin extinguirse nunca.

Eternidad: tus signos me rodean

mas yo soy transitorio,

un simple pasajero del planeta.

 

 

VI

 

Tiempo cósmico, reinas

sin fin, omnipresente

pulpo gris

sin ayer ni mañana, siempre ahora,

dormido en el espacio.

Tu masa no se mide por minutos,

por horas o por días.

No eres el caracol

enrollado, cautivo

en el reloj del hombre.

Yo te mido mejor, oh inmensurable,

por amarguras o por alegrías

y por silencios o por soledades

de sesenta suspiros cada una.

Yo viví sesenta años en un día

y en una hora de amor

sesenta eternidades.

 

 

VII

 

Amor es más que la sabiduría:

es la resurrección, vida segunda.

El ser que ama revive

o vive doblemente.

El amor es resumen de la tierra,

es luz, música, sueño

y fruta material

que gustamos con todos los sentidos.

¡Oh mujer que penetras en mis venas

como el cielo en los ríos!

Tu cuerpo es un país de leche y miel

que recorro sediento.

Me abrevo en tu semblante de agua fresca,

de arroyo primigenio

en mi jornada ardiente hacia el origen

del manantial perdido.

Minero del amor, cavo sin tregua

hasta hallar el filón del infinito.

 

 

VIII

 

Eva en el siglo veinte va calzada

de cuero de la sierpe fabulosa

y viste cada día

de un color diferente.

Acude al paraíso en automóvil,

mas no puede ocultar bajo la máscara

su identidad celeste.

Aprende los oficios de los hombres.

Cuida su corazón en una jaula

con flores, hijos, pájaros.

Imprime en vacaciones

la forma de su cuerpo

en la grama o la arena.

En su bolso de espejos

con el leve pañuelo de heliotropo

guarda las llaves de las siete puertas

del paraíso humano,

paraíso privado con teléfono,

máquina de lavar hojas de parra,

televisión azul como la luna

y refrigeradora con manzanas.

 

 

IX

 

Hombres, mujeres jóvenes

dentro de una vitrina

con adornos de plantas

se sientan y sonríen,

se miran, examinan sus vestidos,

cambian palabras de humo,

saborean el tiempo en rebanadas

o por cucharaditas deleitosas.

Deshojan un bostezo entre los dedos.

Un arbusto de caucho aspira el humo

y se cree en el trópico.

Inadvertido, entra en la vitrina

el poniente vestido de amarillo.

Salid, hombres, mujeres, a la calle:

sobre el asfalto expira una paloma

atropellada por un automóvil.

 

 

X

 

Mienten Juan el Obeso, José el Calvo,

Francisco el Tartamudo,

mienten el flaco, el grande, mienten todos,

hablan con dulce voz, siempre sonríen

mientras arman sus redes en la sombra

para atrapar a su víctima

por algunas monedas.

La amistad, el amor, el cielo mismo

falsificado en píldoras

pesan en su balanza fraudulenta

para ganar, multiplicar sus bienes

y ser los potentados de este mundo,

fantasmas que recorren sus palacios

de salones inmensos con alfombras

y retratos al óleo

en donde la humedad vierte su lágrima.

 

 

XI

 

Loor a Mister Húntington —filántropo

nacido en el país de las manzanas,

las antiguas Misiones coloniales

y las rojas ardillas—

que legó su fortuna

para que los granjeros de su pueblo

pudieran admirar los manuscritos

de Cabeza de Vaca, navegante,

descubridor de Texas,

señor del cacto y de la arena cálida.

Contra las pobres flechas de los indios

luchó con su arcabuz y su armadura

y lanzó su caballo de batalla

contra los pies desnudos.

Conquistador de polvo: yo bendigo

al pueblo de las flechas.

 

 

XII

 

Gloria a los fabricantes de automóviles

que han poblado el planeta

de rodantes alcobas,

salones, catafalcos

a plazos, camarines de amuletos

y flores, donde viaja

la vanidad inflada de los dueños,

¡oh amos de la prisa, los que arrancan

de su sueño a los árboles!

Gloria a los inventores

de la Gran Vitamina Universal

para aliviar los males de la tierra.

(¿Qué haré yo sin mi angustia metafísica,

sin mi dolencia azul? ¿Qué harán los hombres

cuando ya nada sientan, mecanismos

perfectos, uniformes?)

 

 

XIII

 

Los artefactos, las perfectas máquinas,

el autómata de ojo de luz verde,

¿igualan por lo menos a una abeja

dotada de reflejos naturales

que conoce el secreto

del mundo de las plantas

y se dirige sola en el espacio

a buscar material entre las flores

para su azucarada, sutil fábrica?

Todo puede crear la humana ciencia

menos ese resorte del instinto

o de la voluntad, menos la vida.

Inventor de las máquinas volantes

quiere el hombre viajar hacia los astros,

crear nuevos satélites celestes

y disparar cohetes a la luna

sin haber descifrado el gran enigma

del oscuro planeta en que vivimos.

Yo intento comprender los movimientos

de plantas y animales y me digo:

por ahora me basta con la tierra.

 

 

XIV

 

¡Escuchad cómo estallan las corolas!

La abeja celestina

les entrega mensajes fecundantes.

Los vegetales reptan enlazados,

se alzan hacia la luz

con idéntica angustia

a extasiarse en el reino de los pájaros.

Picos y alas protegen las semillas

del asalto mortal de los insectos.

Y la vida perdura

desde la nube al fondo de los mares

en donde el pez humilde,

hermano mutilado,

pordiosero del agua

agita sus harapos.

Seres elementales, plantas, piedras,

animalillos libres y perfectos:

fragmentos nada más del puro cántico

total del universo.

 

 

XV

 

¿Dónde se encuentra, rosa,

tu máquina secreta

que te forma y enciende, brasa viva

del carbón de la sombra

y te impulsa a lo alto

a expresar en carmín y terciopelo

tu gozo de vivir sobre la tierra?

¿Qué oculto motor verde,

qué eje te redondea, fuego cóncavo,

breve nido de llamas?

¿Qué vienes a decir con tantos labios?

¿Eres sólo una boca del misterio

que intenta pronunciar una palabra

nunca oída hasta ahora

para cambiar el curso de este mundo?

¿O eres acaso el beso de la tierra

a todo lo que vive,

prueba de amor de un día

a las cosas oscuras

devoradas a medias por la muerte?

 

 

XVI

 

Soy hombre, mineral y planta a un tiempo,

relieve del planeta, pez del aire,

un ser terrestre en suma.

Árbol del Amazonas mis arterias,

mi frente de París, ojos del trópico,

mi lengua americana y española,

hombros de Nueva York y de Moscú,

pero fija, invisible

mi raíz en el suelo equinoccial

nutriéndose del agua de los ríos

y de la sangre verde que circula

por el frágil, alado cuerpecillo

del loro, profesor de ortología,

del saltamontes y del colibrí,

mis ínfimos aliados naturales.

 

 

XVII

 

Oh, fábula moderna: los soldados

de plomo de los cuentos infantiles

cobran vida, se animan

y crecen, crecen, crecen,

hasta llegar a ser de más tamaño

que los hombres. Intentan

disparar con sus manos el relámpago

para encerrar el alba en una cárcel,

descolgar las estrellas

para adornar los hombros

y acudir al banquete de la noche.

Invaden por millares los jardines

y con oscuras máquinas de muerte

exterminan el verde de este mundo

cubriéndolo de ruinas,

de víctimas o estatuas

del Hombre Fusilado

en mangas de camisa.

 

 

XVIII

 

Juan Cordero, varón de miel oscura,

pecho de cuero, entraña enternecida,

capitán de los surcos

y maestro de escuela de los pájaros,

yaces sin vida cerca de tu casa,

como un saco de paja y de ceniza,

un saco agujereado

que el rocío humedece con sus lágrimas.

¿Qué crimen cometiste? Sólo un grito:

“Vivan los pueblos libres”. Los soldados

dispararon sus armas

sobre ti, Juan Cordero y tus hermanos,

incendiaron las trojes

y arrasaron la tierra de tus padres.

(Dios estaba escondido en una granja

y contempló en silencio

el sacrificio de los inocentes

y su mundo en escombros).

 

 

XIX

 

Vendrá un día más puro que los otros:

estallará la paz sobre la tierra

como un sol de cristal. Un fulgor nuevo

envolverá las cosas.

Los hombres cantarán en los caminos

libres ya de la muerte solapada.

El trigo crecerá sobre los restos

de las armas destruidas

y nadie verterá

la sangre de su hermano.

El mundo será entonces de las fuentes

y las espigas que impondrán su imperio

de abundancia y frescura sin fronteras.

Los ancianos tan solo, en el domingo

de su vida apacible

esperarán la muerte,

la muerte natural, fin de jornada,

paisaje más hermoso que el poniente.

 

 

XX

 

Yo soy el habitante de las piedras

sin memoria, con sed de sombra verde,

yo soy el ciudadano de cien pueblos

y de las prodigiosas Capitales,

el Hombre Planetario,

tripulante de todas las ventanas

de la tierra aturdida de motores.

Soy el hombre de Tokio que se nutre

de bambú y pececillos,

el minero de Europa

hermano de la noche,

el labrador del Congo y de la arena,

el pescador de ostiones polinesios,

soy el indio de América, el mestizo,

el amarillo, el negro,

y soy los demás hombres del planeta.

Sobre mi corazón firman los pueblos

un tratado de paz hasta la muerte. 




Jorge Carrera Andrade: fue un escritor y poeta ecuatoriano. Su obra se considera la superación del modernismo y la iniciación de las vanguardias en su país. Wikipedia

Nacimiento: 18 de septiembre de 1903, Quito, Ecuador

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