Rhododendron

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Tsutsuji

06 enero, 2017

267. Silencio. Fulton J. Sheen, estadounidense.

Manuel Kant, el gran filósofo alemán del siglo XIX, al comenzar en su cátedra cada año pedía a sus alumnos silencio argüía que no era posible que hubiera mujeres en los cielos porque las sagradas escrituras dicen “Había allí silencio durante una media hora”. Kant no se mostraba ni justo ni galante puesto que en su clase había muchas mujeres, y la mayor parte de ellas sacaba las calificaciones más altas sobrepasando a los hombres, pero nos imaginamos que decía aquello como uno de tantos chistes que se han dicho sobre la charlatanería de la mujer, lo que como la mayor parte de los chistes no pasa de ser un desahogo o un empeño de superioridad muy discutido.

En fin, Kant pudo decir aquello por una u otra causa, ofendiendo a las mujeres, pero nosotros que no estamos de acuerdo con él, nos referimos al abuso que en la vida moderna se hace de ese don divino que se llama la palabra.

La juventud suele ahora hablar antes de que haya aprendido a escuchar y la gente madura acostumbra a comentar de política y asuntos económicos antes de estudiar y de pensar en un problema. Vivimos en un mundo de acción y no tenemos tiempo que perder, por eso optamos por hablar, hablar, hablar, aunque no entendamos esencialmente una cosa, en nuestro mundo abundan la úlceras de estómago, y esta úlcera están en proporción directa con el número de llaves que se llevan en el llavero y con el número de teléfonos que se tienen sobre la mesa. Se da excesiva importancia a la acción, a moverse, a hablar, hablar, hablar. Conocí a un señor que se absorbía tanto en las conversaciones que al ir de paseo llevaba consigo un despertador de bolsillo, cuando el despertador sonaba se daba media vuelta y regresaba a su casa, decía que sólo así estaba a tiempo para la cena. Existe además una especie de conspiración contra el silencio y el recogimiento, las paredes de muchas casas son tan delgadas que si los vecinos se lo propusieran, creo que algunos sí se lo proponen, oirían las discusiones a través de ellas. Se tienen todas las horas del día y parte de las de la noche llenas de citas y ocupaciones, imposible que quede tiempo para estar un rato a solas consigo mismo, cuando apenas se acaban las citas, ya se tiene que ir a un concierto, al teatro, al cine o se desea ver algo en la televisión que también llena las habitaciones de ruido y de voces, se presta tanta atención a la labor y a la actividad que nuestro pobre sistema nervioso tiene un arduo trabajo durante el sueño.

Nuestro mundo vertiginoso está lleno de tranvías, de camiones, de autos, de motocicletas, de carros anunciadores que llenan la calle, que se sitúan frente a las casas y su ruido ocupa el aire por completo.

En los vehículos van varias personas con radios portátiles, escuchando cada una una estación diferente, lo que provoca una algarabía que nadie entiende pero que todos sufrimos. La vecina de abajo, la de arriba, la de un lado y la del otro cocinan y barren oyendo música, y comedias radiofónicas o de televisión y no conciben cómo sus abuelas pudieron vivir sin esas distracciones mientras hacían trabajos rutinarios y molestos.

La máquina lavadora con motor ha sustituido el lento correr del agua en el lavadero; y la licuadora obliga a la señora que cocina a platicar a gritos con la persona que está con ella.

Ya no gustan, claro está, ya no gustan las películas mudas, y la gente se ríe si por casualidad se ve alguna así.

La música estridente ha tomado el lugar de la suave; y los bailes epilépticos a los valses. Todo el mundo sale al fin de semana, que antes se usaba para descansar de las fatigas de los días laborales, y no se fija nadie que en esos cortos viajes sigue la actividad exagerada de las mañanas y de las tardes anteriores. La señora prepara el lunch, el señor tiene que llevar el auto para que lo revisen; los jóvenes se ponen de acuerdo con sus amigos para reunirse en tal o cual parte para bailar o para beber una copa o para conversar. Y no digo si en el fin de semana lo único que ha sucedido es que el señor maneje todo el día y acabe de un humor negro y con los riñones hechos polvo y la señora vuelva enfurecida porque el lunch no alcanzó o a nadie le gustó. Y los jóvenes acaben con un disgusto con los amigos. El fin de semana así, se considerará normal, pero si el auto sufre una avería o si un chico se cae a un barranco o se sube a un árbol y se abre la cabeza al bajar, digo al bajar de cabeza. O si la señora no se fijó al guardar la comida en la cesta y el café se salió de la botella y echó a perder todo… delicioso fin de semana. Sin embargo no evita que a la semana siguiente se piense de nuevo en el próximo viaje de fin de semana. Y es que nadie se preocupa ya por su vida interior, sino que todos viven hacia el exterior. Nos ocupan asuntos interesantes, pero todos los tratamos con la misma ligereza. Sin saber nada de la bomba atómica por ejemplo o de otras último modelo, comentamos como si fuéramos uno de los científicos que las ha inventado. Hablamos de psicología, de pedagogía…todo, quizá hayamos comprado libros que traten de esos temas, pero no hemos tenido tiempo de leerlos.

Si hacemos un viaje relámpago por una ciudad extranjera, volvemos hablando de su política, de sus costumbres, de sus teatros, de sus comidas, de sus bebidas, hasta decimos algunas palabras en el idioma de aquella ciudad. Nuestra inteligencia, también influenciada por el vértigo moderno, es algo así tan sorprendente que asimila lo que los cerebros de hace cien años no asimilarían en un siglo.

Naturalmente necesitamos de un conductor, de un colaborador para gastar la energía, y sin perder mucho tiempo ocuparnos de todas las pequeñeces de la vida diaria, y nada hemos encontrado mejor que la palabra, ese don que usado convenientemente es tan hermoso y que cuando se abusa de él es abominable. Criticamos a las comadres, esas mujeres que pierden el tiempo cuando van a hacer su compra al mercado o a la tienda y se tropiezan con la vecina o con la amiga. Antes era uno de los tipos característicos para definir a la chismosa. Y quizá Kant, del que hablé al principio, se inspiró en ella para decir su primera frase al empezar su cátedra cada año. Pero ahora, ya que puede sorprendernos la charla de dos chismosas, si todo se resuelve lo mismo entre mujeres que entre hombres en una plática mientras se bebe, se come y se fuma. Ahora el tipo que parece ya de museo es el del estudioso, el del que prefiere la soledad y el silencio, el del que gusta de meditar, leer y aprender, a este se le llama hoy: misántropo, medio loco, maniático y no falta quien le aconseje que vaya a ver al psiquiatra.

Las reservas morales parecen haberse agotado, en los siglos anteriores había individuos que eran débiles mentales y malos incluso, pero como la sociedad era vigorosa no podían aquellos hacerle ningún daño y los hombres no estaban tan expuestos al fracaso ya que el ambiente era estable porque cada uno era fuerte por sí mismo, por su instrucción, por su inteligencia cultivada, por el deseo constante de mejorar, y el respeto hacia los demás.



Pero las guerras han cambiado las mentalidades y los ambientes, debilitándolos, imponiendo la actividad, y el miedo en cada persona.



 
Fulton John Sheen (8 de mayo de 18959 de diciembre de 1979) fue un arzobispo estadounidense.
Trabajó en la televisión como presentador del programa Life Is Worth Living (La vida vale la pena vivirla) a comienzos de la década de 1950.

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