¿Serán siempre felices
los ricos, los poderosos, los que viven de fiesta en fiesta, los triunfadores,
los que logran lo que quieren?
La realidad muestra
las caídas vertiginosas desde las altas posiciones del poder, la riqueza y la
fama. Muestra que los que aparentan divertirse muchas veces arrastran sus
frustraciones, su soledad y su tedio. Muestra que la felicidad no está detrás
de una cuenta bancaria. Muestra que no es feliz el egoísta, el insensible, el
sinvergüenza.
Que es, prácticamente,
lo mismo que dice el Evangelio.
Jesús, llama felices a
los pobres porque son libres para poder compartir. Llama felices a los que
lloran porque pueden ser consolados. Llama felices a los pacientes porque
también logran lo que quieren. Llama felices a los inconformes porque tienen la
conciencia despierta. Llama felices a los compasivos porque tienen el corazón
abierto para sentir el dolor y la alegría. Llama felices a los que saben amar y
a los que luchan por la paz.
Y los llama felices no
porque la pobreza, las lágrimas o las dificultades sean ellas mismas buenas,
sino porque liberan del egoísmo y la insensibilidad, porque descubren la
verdadera amistad, abren al amor de Dios.
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