I
Hubo un tiempo en que prados,
bosquecillos, arroyos,
la tierra, y toda vista acostumbrada,
me parecían ser, en luz celeste
adornos, la gloria, la frescura de un
sueño.
Hoy ya no es como fue,
me vuelva a donde quiera,
de día o por la noche:
las cosas que veía no puedo verlas
ya.
II
El Arco Iris sale y se retira,
deliciosa es la Rosa,
la Luna, con deleite,
mira en torno si el cielo está sin
nubes;
en la noche estrellada, el agua corre
hermosa y deliciosa;
el Sol brilla en glorioso nacimiento,
pero, por donde vaya,
sé que se fue una gloria de la
Tierra.
III
Hoy que las aves cantan un canto
alegre, así,
y brincan los borregos como al son
del tambor,
me vino, en soledad, una doliente
idea:
y oportunas palabras aliviaron mi
mente
y otra vez tengo fuerzas: desde el
borde
del precipicio suenan trompetas de cascadas;
no ofenderá otro agravio mío a la
primavera:
oigo por las montañas los ecos en
tropel,
llegan a mí los vientos de los campos
del sueño,
La Tierra está gozosa:
mar y tierra se entregan
al regocijo: todo
animal, con el ánimo de mayo,
hace su vacación:
¡Hijo de la Alegría,
grita en torno de mí, déjame oír tus
gritos,
tú, feliz pastorcillo!
IV
Criaturas benditas, escuché la
llamada
que os hacéis unas a otras; y veo con
vosotras
a los cielos reír en vuestro jubileo:
en vuestro festival entra mi corazón,
mi cabeza se ciñe de guirnalda,
la plenitud de vuestra dicha siento:
lo siento todo.
Oh mal día, si estuviera ceñudo
mientras la misma tierra se ha
adornado
esta dulce mañana de mayo, cuando
están
los Niños recogiendo,
por todas partes, frescas
flores, en tantos valles a lo lejos,
mientras brilla el sol tibio,
y el Niñito pequeño salta en brazos
de la Madre: yo escucho, ¡Con alegría
escucho!
pero hay un Árbol, entre muchos, uno,
un cierto Campo que he mirado tanto,
y ambos me dicen de algo que se fue:
ante mis pies, la flor del
pensamiento
repite un cuento siempre:
¿A dónde huyó aquel brillo
visionario?
¿Dónde están hoy las glorias y los
sueños?
V
Nuestro nacer es sólo un dormir y
olvidar:
el Alma que se eleva con nosotros, la
Estrella
de nuestra vida, tuvo su ocaso en
otro sitio,
y llega de muy lejos:
no en un entero olvido,
no del todo desnudos,
sino arrastrando nubes de gloria
hemos llegado
de Dios, que es nuestro hogar;
¡En torno nuestro hay Cielo en
nuestra Infancia!
Sombras de la prisión se empiezan a
cerrar
sobre el Niño que crece,
pero él mira la luz y de dónde le
afluye,
en su gozo lo ve,
el Joven, aunque a diario a de andar
alejándose
del Este, es sacerdote de la
Naturaleza
todavía, y su espléndida visión
le sigue, acompañando su camino;
al fin, el Hombre nota cómo muere
y se extingue en la luz del común
día.
VI
La Tierra, de placeres suyos llena el
regazo,
siente afán de su propia especie
natural,
y aún con algo de ánimo
de una Madre, con digna pretensión,
familiar
Ama, hace cuanto puede para lograr
que a su Hijo
Adoptivo, el Hombre, se le olviden
las glorias que ya había conocido,
y el palacio imperial de donde vino.
VII
En su dicha recién nacida, ved al
Niño,
¡El querido pigmeo de seis años!
Vedle tendido en medio de lo que
hacen sus manos,
mientras le asaltan ráfagas de besos
de su madre,
con la luz de los ojos de su padre
sobre él.
Ved a sus pies, algún pequeño plano o
mapa,
un trozo de su sueño de vida humana,
que él
por sí mismo formó con recién
aprendido
arte; quizá una boda, un festival,
un funeral, un luto; y eso ahora
tiene su corazón
y a ello ajusta su canto;
luego acomodará su lengua a diálogos
de negocios, de amor o de disputa;
pero no tardará
eso en quedar a un lado,
y con nueva alegría y nuevo orgullo
ese pequeño Actor formará un papel
nuevo:
y ocupará su “escena de humores”,
alternando
yodos los personajes, hasta la
paralítica
Vejez, que trae la vida consigo en su
reserva:
como si su completa vocación
fuera la imitación
interminable.
VIII
Tú, que desmientes en tu aspecto
externo
la inmensidad de tu alma,
filósofo mejor, que aún conservas
tu herencia, y eres Ojo entre los
ciegos;
que, sordo y en silencio, lees la
eterna hondura
siempre acosado por la mente oscura,
¡Poderoso Profeta! ¡Venturoso
Vidente!;
en quien descansan todas las verdades
que pasamos la vida buscando con
fatiga,
perdidos en lo oscuro, lo oscuro de
la tumba;
con tu Inmortalidad, como el Día,
cerniéndose
sobre ti, como un Amos sobre un
Siervo,
una Presencia que no es posible
eludir;
para quien es la tumba un lecho
solitario
sin sensación ni imagen del día o la
luz cálida,
lugar de pensamiento donde esperar
yaciendo;
tú, Niño, todavía glorioso en el
poder
de libertad celeste en lo alto de tu
cima,
¿Por qué con tal empeño fatigoso
provocas
los años a traer el yugo inevitable,
luchan ciegamente así contra tu
dicha?
Pronto tu ala tendrá una carga
terrenal
y pondrá la costumbre un peso sobre
ti,
pesado con el hielo, hondo como la
vida.
IX
¡Oh gozo! En nuestras ascuas
hay algo que está vivo,
que la naturaleza recuerda todavía
cómo fue tan fugaz.
Pensar en nuestros años pasados en mí
engendra
perpetua bendición: no ciertamente
por lo más digno de ser bendecido;
deleite y libertad, el simple credo
de la Infancia, en reposo o atareada,
con esperanza nueva aleteando en el
pecho;
no por ello levanto
el canto de alabanza agradecida;
sino por las preguntas obstinadas
del sentido y las cosas exteriores;
algo que de nosotros cae y se
desvanece,
sospechas sin perfil de una Criatura
que se mueve por mundos sin realizar,
instintos
altos, ante los cuales nuestra
naturaleza
mortal tembló, así un Ser culpable
sorprendido;
sino por las primeras afecciones,
esos vagos recuerdos,
que, sean lo que sean,
son la fuente de luz de todo nuestro
día,
son la luz dominante en todo nuestro
ver;
nos sostienen y abrigan, con poder
para hacer
que estos años ruidosos parezcan sólo
instantes
en el ser del eterno Silencio: las
verdades
que despiertan a nunca perecer:
que ni desatención, ni esfuerzo loco,
ni el Hombre, ni el Muchacho,
ni todo lo enemigo de la dicha
puede borrar del todo o destruir.
Por eso, en estación de tiempo claro,
aunque estemos muy tierra adentro,
nuestras
Almas tienen visiones de ese mar
inmortal
que nos trajo hasta aquí;
y hasta allí pueden ir en un momento
para ver a los Niños que juegan en la
orilla
y oír las poderosas aguas siempre dar
vueltas.
X
Así, pues, cantad, Pájaros, ¡Cantad
un canto alegre!
¡Y salten los borregos
como al son del tambor!
En nuestros pensamientos iremos
agolpados
con vosotros, flautistas, vosotros
que jugáis,
los que sentís en vuestro corazón
la alegría de mayo.
Aunque el fulgor que fue tan claro en
otro tiempo
se quite para siempre de mi vista,
aunque nada me pueda devolver esas
horas
de esplendor en la hierba, de gloria
entre las flores,
no me voy a afligir, sino más bien a
hallar
fuerza en lo que atrás queda:
en esa simpatía primigenia
que, habiendo sido, debe siempre ser;
en los suavizadores pensamientos que
brotan
del sufrimiento humano;
en la fe que contempla a través de la
muerte,
en los años que traen la mente
filosófica.
XI
¡Vosotros, Fuentes, Prados, Colinas,
Bosquecillos,
no presagiéis que se separen nunca
nuestro amores! Siento en el corazón,
hondo
vuestro poder: tan sólo he perdido un
deleite,
el vivir bajo vuestro más habitual
dominio.
Al Arroyo que baja, ruidoso, lo amo
ahora
más que cuando, ligero como él, me
tropezaba;
el fulgor inocente de otro día que
nace
me sigue siendo amable;
las nubes que se juntan en torno al
sol poniente,
toman su colorido sobrio de una
mirada
que ha velado la humana mortalidad:
ha habido
otra carrera, y otras palmas se han
conquistado.
Gracias al corazón que se hace vivir,
gracias a su ternura, sus gozos, sus
temores,
la menor flor me puede ofrecer
pensamientos
a veces demasiado hondos
para las lágrimas.
Poeta
William
Wordsworth fue uno de los más importantes poetas románticos ingleses.
Con Samuel Taylor Coleridge, contribuyó a la evolución de la época
romántica en la literatura inglesa con su publicación conjunta de
Baladas líricas en 1798. Wikipedia
Fecha de nacimiento: 7 de abril de 1770, Cockermouth, Reino Unido
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