Un niño de diez años estaba parado frente a una tienda de zapatos en el camino, descalzo apuntando a través de la ventana y temblando de frío. Una señora se acercó al niño y le dijo:
“Mi pequeño amigo, ¿Qué estás mirando con tanto interés en esa ventana?”
“Le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos”, fue la respuesta del niño.
La señora lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda, le pidió al empleado que le diera media docena de pares de calcetines para el niño. Preguntó si podría darle un recipiente con agua y una toalla.
El empleado rápidamente le trajo lo que pidió. Ella se llevó al niño a la parte trasera de la tienda, se quitó los guantes y le lavó los pies al niño, se los secó con la toalla. Para entonces el empleado llegó con los calcetines. La señora le puso un par de los calcetines al niño y le compró un par de zapatos. Juntó el resto de pares de calcetines y se los dio al niño.
Ella acarició al niño en la cabeza y le dijo:
“No hay duda, pequeño amigo que te sientes más cómodo ahora”
Mientras ella daba la vuelta para irse, el niño la alcanzó de la mano y mirándola con lágrimas en los ojos contestó con estas palabras:
¿Es usted la esposa de Dios?
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