Un hermano joven,
que vivía en el desierto, fue al abad Poemen y le dijo:
“¿Qué debo hacer,
Padre?
Siento una gran tristeza en mi alma. No sé qué me pasa. Pero estoy
triste. No hay alegría en mi vida.”
El anciano abad Poemen le dijo:
“No desprecies
nunca a nadie;
no condenes nunca
a nadie;
no hables nunca
mal de nadie.
Evita la
murmuración.
No te dejes llevar
por la palabrería.
Nada hay mejor que
el silencio…
Y el Señor te
otorgará la paz y la alegría.”
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